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Antonio Sempere

Javier Ocaña

No es lo mismo haber nacido en Martos que en La Moraleja. No es lo mismo ser el hijo de Santiago Amón o de José Luis García Sánchez que el de recepcionista de hotel o un empleado de una embotelladora de aceite de oliva, pongamos por caso. Si bien la ascendencia no es garantía de nada en la vida, y mucho menos del talento con el que nace una persona, tampoco es menos cierto que ayuda, vaya si ayuda. Siempre lo he creído así y tengo veintena de ejemplos inventariados para demostrarlo.

Por eso me cae tan bien Javier Ocaña. Por eso le sigo con tanta fidelidad desde hace no menos de dos décadas. Y por eso, en cierta medida, sus éxitos son mis éxitos. O al menos así los celebro, compartidos. Si Javier no hubiese salido de Martos, ni que decir tiene que no estaría donde está, haciendo lo que hace, habiéndose convertido en un verdadero referente de la crítica cinematográfica nacional.

Hace pocos días coincidimos y lo encontré radiante. Acudió a la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid a relatar el «making off» del programa Historia de nuestro cine, de cuyo equipo fundacional forma parte, junto a Luis E. Parés, el director del programa Paco Quintanar, Carlos F. Heredero y Fernando Méndez-Leite. Pocas veces he percibido tal grado de identificación con el desempeño de un trabajo. Javier Ocaña se enamoró del proyecto desde el primer día, lo hizo suyo, y ahí sigue defendiéndolo con uñas y dientes. Aun cuando, por ignorancia, algunas voces discrepen por la emisión de títulos como El santuario no se rinde o Sin novedad en el Alcázar, confundiendo pedagogía con ideología. Las altas audiencias cosechadas por las películas (salvo las que se emiten en blanco y negro) han sorprendido al equipo. Ocaña y los suyos llevan muy avanzado el trabajo que veremos hasta finales de 2017. Enhorabuena.

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