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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Mi vida en 800 palabras

os columnistas no tenemos vida más allá de este reto semanal de escribir 800 palabras. No hay vida fuera de la columna, todo gira en torno a lo que vas a contar esa semana, nada existe fuera de ese espacio y finalmente tanto te adaptas al requerimiento que no te suele faltar ni sobrar una palabra, lo que no deja de ser una limitación ya que entonces todo tu oficio de escribiente se circunscribe a la barrera mágica de las 800.

Podrían haber sido 700 ó 1000, u 837, pero cuando le pregunté al director en tiempos ya muy lejanos cuantas palabras quería para mi artículo, me dijo 800 y como yo, aunque nadie me crea, soy muy disciplinado, pues ahí estoy como el burro que mueve la noria haya o no haya trigo que moler. Ya se sabe que cuando el tonto sigue una linde, la linde acaba, pero el tonto sigue, y ahí me ven, nieve o caiga el sol de plano con mis 800 palabras de todas la semana.

Esta semana ha tocado cita anual con mi cuerpo. Desde hace unos cuantos años revisito el Camino de Santiago para comprobar si mis piernas y mi corazón siguen respondiendo adecuadamente. En esta ocasión era la cuarta de mis ediciones, aunque no van en orden, y se trataba de ir desde Estella/Lizarra a Santo Domingo de la Calzada. ¿Para qué pegarse unas panzadas a andar bajo un sol inclemente y cargado con una mochila de doce kilos? Pues la verdad es que no tengo respuesta, pero sobrevivir a la experiencia te hace sentir vivo; nada probablemente que no pudiera conseguirse de otra forma, pero yo tengo ésta. No vean rasgos espirituales y si me apuran tampoco busco aspectos deportivos, ni sociales, ni trato de encontrar amigos, ni quiero sentirme copartícipe con los millones de peregrinos que hicieron la Ruta Jacobea antes que yo, intento simplemente que a un paso le siga otro con el menor dolor posible. Como dijo Hillary cuando le preguntaron por qué quería subir al Everest y respondió: «Porque está ahí».

Es verdad que el Camino es una fuente de experiencias para mis 800 palabras y, ya he dicho que la vida del columnista consiste en sacarle partido a la vida para llenar este espacio. Esta mañana, en una subida especialmente dura pensaba -y en el Camino se piensa mucho, no tienes nada mejor que hacer y no hay interrupciones- que en ese momento no había vida más allá de la siguiente curva. Sin pasado, sin futuro, sin limitaciones, sin hipotecas ni compromisos. Tú, el bastón, la mochila y tus piernas; el futuro son los quinientos metros que te separan del siguiente repecho y ni tu pasado ni tú presente le importan a nadie de los que caminan unos metros delante o detrás. Eres -simplemente- otro loco con un palo, aunque en tu vida civil seas un paria o Bill Gates en ese momento eres nadie, como Ulises.

El Camino no es un sólo un paseíto por el campo, tiene su parte de contacto con el entorno, con unos pueblos por los que no pasa ni una carretera nacional y que no conocerías fuera de estos trances. Y también de las ciudades a donde llegas y en las que te sientes desplazado después de tragar tanto polvo y empiezas a recorrer asfalto y encuentras semáforos y tiendas. Hasta ahí los caminantes somos todos los mismos; a partir de ahí algunos recuperan su vida habitual y otros tratan de confundirse en el paisanaje. Total, al día siguiente será lo mismo. Y al otro.

Y en el ínterin recoges en tu cuaderno de notas mental el nombre de José Antonio Primo de Rivera, ya desteñido pero visible, en la fachada de la catedral de Santo Domingo, o el víctor franquista en un dispensario de Azofra, o la plaza de los Administradores de Fincas en ya no sé qué lugar, que a quién se la habrá ocurrido bautizar a una plaza con tan olvidados como abnegados profesionales. Pero lo más de lo más que he visto es el próximo «Festival de Exaltación de la Chuleta Asada de Logroño». No digo yo que no merezca un festival, o mil, pero lo de la exaltación me suena a los concursos de poesía d la postguerra en los que el premio era la flor natural, sustituida en este caso -supongo- por la chuletilla de cabrito churruscadita. Los poetas vencedores se llenarán las manos de grasa, una grasa humilde a la par que nutritiva que merece ser exaltada, ya que como define el diccionario de la RAE: Exaltar es «elevar a una persona o cosa a una mayor dignidad o categoría» y pone el ejemplo de exaltar a los héroes. Eso mismo.

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