He de admitir tres cuestiones para mí muy importantes, o quizá no tanto, pues nunca me ha preocupado gran cosa la opinión que destile el personal hacia mí. «Yo soy así y así seguiré» nos cantaba Alaska en los 80.

Dejémoslo, pues, en tres cuestiones aclaratorias para el que le pueda interesar, que esa es otra, que no doy morbo para tanta lectura. Primera cuestión: No soy socialista ni nunca lo he sido. Sí un fervoroso simpatizante en su antigua vocación por defender el bienestar social y el bien general. Segunda soy un encarnizado enemigo de la derechona pura y dura, no de la derecha civilizada, que entre muchos menesteres nos devolvió la hurtada democracia con la extinta UCD. Y tercera, confieso mi injusta aversión hacia el Secretario General del Partido Socialista, Pedro Sánchez. Su indeseable insulto público a Rajoy en el primer debate electoral de las elecciones de diciembre de 2015, me condicionaron en gran manera en su contra. Nunca he admitido los insultos gratuitos y, mucho menos, públicamente. Últimamente su profunda soledad me conmueve. Siempre me ha gustado defender al débil.

A primera vista, cualquiera puede discutir si la soledad de Pedro Sánchez es la del corredor de fondo o la del miedo del portero ante el penalti. En cualquier caso, está solo. Solo ante el peligro. Visto lo visto sobre todo en el pasado debate de investidura parece haberse decretado su caza y captura, un linchamiento político y mediático cuyo alcance puede ser de aúpa. Y, repito, a mí los retos de defender al débil me ponen, me motivan.

El secretario general de los socialistas parece haber establecido, con respecto a sus propios votantes, una relación diferente y que apunta hacia donde el corazón le lleve, sin que nada esté escrito de antemano. Parece no existir un prefijado guión, es como si improvisara.

Con su firme NO a la investidura de Mariano Rajoy, da la sensación de haber elegido una solución a la terrible encrucijada que afronta su partido: el PSOE podría morir de dos formas distintas, absteniéndose para que gobernase el PP de los Bárcenas, Rita Barberá y todos los etcéteras de doña corrupción, o evitando que ello ocurra, aún a costa de que en unas posibles terceras elecciones sus siglas acaben en la UVI del temido sorpasso o en el tanatorio del Pasok o del PSI. Esto es, a los socialistas españoles les quedaría suicidarse asumiendo un papel que no les corresponde, el de alfil de los conservadores, o enrocándose en su identidad como alternativa política a todo lo que supone Génova. Sánchez, en principio, ha elegido esta última estrategia defensiva. No es no, insiste, pero no procura alternativas, que las tiene.

A mí me encantan los retos valientes, difíciles y Sánchez, digan lo que digan sus detractores, que me importan tres pimientos, está demostrando ser valiente, arriesgado y algo o bastante temerario. NO es NO le puede costar muy caro a su partido, pero creo que su cómplice abstención le resultaría aún peor. Y su obstinada carencia de soluciones que aparenta actuar como el perro del hortelano: que ni come ni deja comer y hay otros comensales para compartir mesa y mantel. Es cuestión de coincidir en los mínimos, aparcando los máximos para más adelante.

Atentos a las consecuencias. En los próximos meses asistiremos al dibujo de una caricatura, la de su descrédito, para abocarle a rendirse o a que los suyos puedan moverle la silla y que las aguas vuelvan a su curso. A Pedro Sánchez, le dieron la verbena de la paloma con Cristina Cifuentes y María Dolores de Cospedal azuzándole los perros de la traición a España, que ahora pregonan incluso algunas estrellas en decadencia. Hasta las revistas del corazón les mandan paparazzis a sus vacaciones como el año pasado hicieran con el veraneo de Manuela Carmena. Como si fuera pecado que rojos y colorados se tomaran un recreo. Y como si Mariano Rajoy hubiera estado en Galicia preparándose para las próximas olimpiadas o emulando a Forrest Gump en su interminable caminata.

Le reprochan a Sánchez, de hecho, que actúe teniendo en cuenta sus propios intereses. ¿No lo hace acaso Rajoy, cuando sabe perfectamente que si renunciara a la presidencia del Gobierno, cualquier otro candidato de su partido tendría muchas más posibilidades de ser investido, tal y como enunció Miquel Iceta en la extraña entrevista que publicó «El País» hace un tiempo? ¿Rivera actúa, acaso, por mor de altas responsabilidades ciudadanas o porque el CIS le auguraba una progresiva pérdida de audiencia electoral y como cualquier concursante de televisión se esfuerza en dar espectáculo para que le permitan seguir en el plató? ¿El no de Rajoy a Sánchez en enero fue por el bien de España? Vamos, señores de la derecha, sean consecuentes con ustedes mismos, busquen y encuentren a sus cómplices aliados y dejen a la izquierda que tome sus decisiones.

Y Rivera, dejemos un ratito el «bien de España» y aceptemos que el miedo guarda la viña.