A menos de dos meses para que se celebren las elecciones presidenciales estadounidenses, parte de la opinión pública mundial se hace la pregunta del encabezamiento. En la mayoría de los casos, de manera preocupada e, incluso, angustiosa. Y la respuesta, a día de hoy, es que no lo tiene fácil... pero no es imposible.

Si nos centramos en las encuestas vemos que, pese al rechazo que causa Donald Trump en amplias franjas del electorado (especialmente, entre minorías y mujeres), la candidata Demócrata, Hillary Clinton, no logra despegarse lo suficiente como para tener asegurada la victoria (en estos momentos, la media de encuestas le otorga unos tres puntos de ventaja, frente a los ocho o diez que llegó a tener hace un mes, tras la convención de su partido).

¿Por qué sucede esto? Pues porque, según el experiodista político Michael Lind, creador del think tank New America, Trump (al igual que los promotores del «Brexit», en Gran Bretaña) se ha erigido en un eficaz y creíble defensor de los perdedores de la globalización, una gran masa de clase trabajadora nativa que ve perder su bienestar ante la denominada «alianza globalista» (fraguada en las grandes ciudades y formada por una élite cosmopolita y los trabajadores inmigrantes? claros apoyos de Hillary Clinton).

Las casas de apuestas y los modelos estadísticos siguen dando como favorita a Clinton, de cara a noviembre (especialmente, porque aún va en cabeza en los estados que decantarán la elección, como Ohio, Florida o Pensilvania). Y es posible que acabe ganando. Pero la pregunta a hacerse es si, en caso de victoria, el foso abierto entre globalistas y antiglobalizadores se va a agrandar o no. Algo que también vale para el resto de Occidente.