Dijo hace algún tiempo Manuel Vicent en la columna semanal que tiene en un periódico de tirada nacional que el gran problema que tiene la derecha española, es decir, el Partido Popular, es que sigue sin condenar la ignominia del golpe de Estado de 1936 y la cruel dictadura que se instauró al acabar la guerra civil. De ello se deriva su negativa a asumir su pasado y a tratar de esconder los pingües beneficios que sus ascendientes obtuvieron por apoyar al franquismo y por callar ante los encarcelamientos y asesinatos masivos que continuaron tras finalizar la guerra. El actual Partido Popular dista mucho de parecerse a los partidos liberales europeos que sus dirigentes ponen como ejemplo de prototipo de partidos de derechas a los que le gustaría parecerse. Su idea de la democracia es la principal causa de la actual situación de interinidad en que vive el Gobierno de la nación.

Por mucho que los principales periódicos de España hayan tratado de modificar la rotunda negativa dada por Pedro Sánchez -con el respaldo de la Ejecutiva Federal de su partido- a la investidura de Mariano Rajoy como presidente, la incompatibilidad de las ideas del PP y PSOE respecto a los pilares fundamentales de construcción del Estado hacen imposible un apoyo activo o pasivo del principal partido de izquierdas al candidato conservador. Resulta cansino que se haya pretendido vender como algo real un supuesto acuerdo sobre esas líneas fundamentales cuando en realidad es todo lo contrario: la sanidad, la educación, el apoyo a discapacitados y dependientes, la recuperación de las decenas de cuerpos enterrados en cunetas de toda España o la España de las libertades son algunas de las diferencias irreconciliables que separan a ambos partidos. Ocultar a Albert Rivera el nombramiento a dedo de José Manuel Soria mientras se negociaba un acuerdo de investidura, explica el concepto de la democracia que tiene el PP.

En realidad la distinta mentalidad de los dos candidatos no sólo se resume en los programas políticos de ambos partidos sino que tiene que ver también con un distingo generacional que va más allá de la edad y que se resume en una distinta concepción de la vida, de la democracia y de la política.

Mariano Rajoy se crió en una de esas familias «de orden» que vivieron muy bien durante el franquismo gracias al posicionamiento de su padre, -magistrado con varios importantes destinos- en una época en que para conseguirlo había que ser defensor de la dictadura franquista y cumplir con lo esperado al cargo. Fue Rajoy uno de esos estudiantes que no movió un sólo dedo para que la democracia perdida tras el golpe de Estado de 1936 regresase a España. Cuando aprobó las oposiciones de registrador de la propiedad en Santa Pola, Rajoy tuvo que mirar en algún mapa dónde se encontraba su destino ya que apenas había salido de Galicia. Como mucho a Madrid a alguna salida nocturna. Empezó a conocer Europa cuando fue nombrado ministro por José María Aznar. No habla ningún idioma extranjero, ni siquiera se defiende en gallego. A los pocos meses de estar en Santa Pola arregló «ese lío», que diría Rajoy, de estar tan lejos de Galicia y se volvió en cuanto pudo alquilando su plaza -y cobrando por ello, claro está- a un sustituto que lleva 32 años en el puesto. En el Congreso de los Diputados sus asesores le hacen todos sus discursos, que lee como si imitase a Paco Martínez Soria. Sus actividades culturales más importantes durante el verano han sido leer el Marca y ver los Juegos Olímpicos por televisión. A veces le da por caminar moviendo mucho los brazos. Aznar le nombró su heredero.

Pedro Sánchez nació en una familia de clase media, se licenció en Económicas en 1995 e hizo el doctorado poco después. Con un par de máster en su currículum se dedicó a buscar trabajo como uno más de todos esos miles de universitarios españoles demasiado preparados para el país que tenemos. Ateo declarado y jugador de baloncesto, trabajó un tiempo en Sarajevo durante la guerra de Bosnia como jefe de gabinete de Carlos Westendorp, por aquel entonces Alto Representante de las Naciones Unidas en Bosnia. Accedió a la secretaría general del PSOE mediante primarias y con una parte de sus militantes claramente en contra. En la tribuna del Congreso de los diputados no necesita mirar sus apuntes. Habla francés e inglés y ha sido profesor universitario y consultor.

Las diferencias entre ambos políticos son bien evidentes. Diferencias que no tienen que ver con la edad y sí con una biografía personal sustentada por un andamiaje muy distinto. De haber hecho Plutarco (45 d.C. - 120 d.C.) una de sus conocidas Vidas Paralelas -en las que el historiador griego comparaba a conocidos personajes de las antiguas Grecia y Roma para extraer lecciones sobre la naturaleza de los hombres- con Mariano Rajoy y Pedro Sánchez como protagonistas, hubiese resaltado lo distinto de sus vidas.