El arranque del curso suele marcar, tras el paréntesis del verano, el inicio de una nueva etapa. Más si cabe que el cambio de año en el que, jolgorios aparte, nos cuesta asimilar la transformación que irrumpe de repente en nuestro calendario. Anhelos, ilusiones, propósitos, deseos se entremezclan con metas que con el paso de los días nos vamos dando cuenta que se convierten en inalcanzables y se alojan en la parcela de las siempre presentes tareas pendientes. Sin embargo, este arranque de curso, tanto académico, político como económico, se ha convertido en una dura prueba para todos aquellos que quieren/buscan/necesitan ciertas dosis de estabilidad necesarias para contraponer al riesgo de lo que se avecina. Las incertidumbres se han adueñado de tal manera de nuestros ámbitos más cercanos que los obstáculos parece que se conviertan en infranqueables murallas. Las reválidas de la LOMCE de las diferentes etapas escolares han sembrado de caos las aulas de los diferentes niveles educativos desde el minuto 0. Ese no saber a qué enfrentarse, ese miedo a lo desconocido suele ser tremendamente más terrorífico. No ayuda, más bien al contrario, desconocer quién va a gobernarnos tras un periodo que va sumando días, semanas y meses y que, como el efecto del gota a gota, va horadando muchas más cosas de las que nos pensamos y que si no nos damos cuenta, jornada tras jornada, es porque aún no han estallado los perniciosos efectos que el desgobierno va acumulando en una espiral tan peligrosa como inasumible. Y qué decir de los que se mueven en el mundo empresarial, en las grandes finanzas que, en el mejor de los casos, mantienen unas inversiones al ralentí que en cualquier momento pueden paralizarse del todo, al estar supeditadas a decisiones políticas y que, además, van ligadas de alguna manera a la tan deseada estabilidad. Pero como no todos van a ser perjudicados, probablemente seamos los que nos movemos en el mundo de la comunicación los que mayor beneficio, inmaterial e intangible eso sí, podamos extraer de esta situación. Provecho por cuanto la incertidumbre es la que puede provocar la necesidad de mayores dosis de saber, de conocer y de poder alcanzar las herramientas con las que enfrentarse al caos de lo desconocido.
