Lorenzo Silva es, sin el menor género de dudas, el maestro actual de la novela negra en España. A lo largo de sus últimos títulos, desde El alquimista impaciente a La marca del meridiano o La flaqueza del bolchevique, ha conseguido crear no solo una saga y un estilo, sino una pareja de personajes -guardias civiles, nada de agentes del FBI ni agentes secretos al estilo James Bond-. Guardias civiles, el subteniente Bevilacqua y la sargento primero Chamorro, que se han hecho poco menos que imprescindibles en la narrativa actual, con sus impecables e implacables métodos de investigación y su probada eficacia averiguando todo tipo de crímenes.

Donde los escorpiones comienza con una redada en un poblado marginal, allí donde malviven, se enriquecen y se degradan cada día un poco más los narcotraficantes más desalmados y los drogadictos más irrecuperables. Lugares, como dice el propio autor, de sexo mercenario y marginal en los que se puede -rara, pero alguna vez- ver mujeres prisioneras y a la vez inalcanzables con el orgullo impenitente de una flor de estercolero.

El subteniente Bevilacqua, mientras anda en esos menesteres de caza del malo, recibe el encargo, la orden irrevocable, de parte del general Pereira -su jefazo-, de investigar un nuevo crimen.

No se trata de un crimen cualquiera sino de la muerte por degollamiento de un militar que, hasta su muerte, formaba parte de las tropas españolas destinadas en Afganistán, en Herat, población que se ha hecho tristemente famosa, cuando hasta hace unos años era del todo desconocida para nosotros.

Para empezar, uno de los muchos conflictos que se plantea entre otros en esta novela, es el de las suspicacias y las guerras sin cuartel entre cuerpos: el muerto, el degollado -aún no se sabe si estamos ante un homicidio, un asesinato o un suicidio- es un militar y quienes van a investigar qué ha pasado, a poner autor o autores al hecho, son guardias civiles. Ya tenemos las primeras susceptibilidades a flor de piel porque los protagonistas han de tratar con ejércitos y posibles sospechosos de otros países.

Bevilacqua y Chamorro, investigadores de raza, toman contacto antes de ir a Afganistán con la esposa del fallecido. La abogada -hermética en un principio- desvela una existencia con tantas oscuridades como otra cualquiera, con conflictos, con infidelidades, con una cierta violencia incluso que tenía el matrimonio -antes del destino en Afganistán- hecho unos zorros y a punto para el desguace.

Tras incómodo y militar viaje, los protagonistas, los que van a investigar el cómo, el cuándo, el quién y el porqué del muerto, aterrizan en Herat, el inhóspito arenal donde, antes de la base hispano italiana, solo vivían escorpiones. De ahí el título de la novela.

Se nota que el autor es «perro viejo» en los intríngulis de la novela negra y, en el caso que nos ocupa, de los resortes que hay que mover entre bastidores en una base militar en el extranjero, con contingentes armados de distintos países y en un terreno más que hostil, en guerra. Hay una enorme tarea de documentación que da al relato una verosimilitud y una coherencia intachables. El autor demuestra a cada momento que se ha trillado las guerras de Irak -esa guerra a la que no fuimos- y la de Afganistán y conoce muchos de sus pormenores.

No solo hay una tarea ingente de documentación en cuanto a las guerras de Afganistán e Irak y a los modos militares de las coaliciones que participan en ellas -nosotros, ya lo saben, no fuimos a esas guerras, conforme afirman los líderes políticos que nos metieron en ellas- sino que también hay un conocimiento exhaustivo de los métodos de investigación policial. Todo ello hace que la novela esté perfectamente armada -nunca mejor dicho- que mantenga la tensión a lo largo de toda ella, que todos los personajes sean creíbles y que el lector no tenga más remedio que colgarse de la misma y aguantarse las ganas de pasar cada página para ver qué pasa en la siguiente.

Las investigaciones para descubrir al autor de la muerte violenta del sargento González son minuciosas y se llevan a cabo con una técnica policial depuradísima -inspecciones oculares, recogida de muestras, interrogatorio de cualquiera que pueda estar mínimamente relacionado, análisis de todo lo recogido, búsqueda de contradicciones y motivos para actuar contra el fallecido...-. Hay un catálogo inagotable de motivaciones para que alguien quiera matar a otro y de sobra sabemos que el círculo más íntimo del muerto es el primer sospechoso. Todo ello pone de manifiesto que el autor no inventa, no divaga sino que posee un conocimiento profundo de las actividades de la policía científica y de los métodos usados en este tipo de investigaciones. Disfrutaremos, sin lugar a dudas, con la lectura de esta novela desértica, guerrera, negra y con toda la intriga necesaria para sostener nuestra atención de principio a fin. Un placer del que disfruto en mi decrepitud debajo de mi olivo.

El viernes, Lorenzo Silva, presenta su novela en las cenas del Maestral.