Cuando Pedro Sánchez citó en el Congreso de los Diputados al político más relevante del siglo XX durante la fallida sesión de investidura de Rajoy, supe que no lo hacía al albur. Un par de años atrás, un casi desconocido candidato a la secretaría general del PSOE lo había hecho en la Casa del Pueblo de Alicante, de manera que como digo, no me sorprendió el hecho de que Sánchez recurriera a Azaña en unos momentos tan críticos para la política española como los que estamos viviendo.

«Ningún problema político tiene su solución escrita en el código del patriotismo», incluyó el candidato socialista en su turno de intervención. La cita respondía con brillantez a todas las apelaciones a un falso patriotismo que el PP y su maquinaria mediática se habían encargado de repetir de manera recalcitrante, durante las semanas anteriores. Que toda la responsabilidad, en caso de una imposibilidad de formar gobierno recaería en el líder del segundo partido más votado, que no existía otra salida al problema político que la de la gran coalición dictada a Rajoy por el Ibex y los poderes fácticos, y que el fracaso de Rajoy en la investidura recaería en el líder socialista. Se olvidaba con esta argumentación de forma automática, cuando Rajoy, con la inestimable colaboración de Iglesias, imposibilitaron la formación de un gobierno para el país en el mes de marzo, con el no rotundo al acuerdo que Sánchez y Rivera pretendían abrir al resto de fuerzas políticas.

No sonaron ya los Toros de Guisando en este debate de investidura, con tanta sorna pronunciada por Rajoy en marzo, que habría las sonrisas entre la bancada popular. Desde el principio observé que Rivera incurriría en un error, al pretender, actuar como partido bisagra y de manera ingenua, pactar con Rajoy, con un decálogo de 100 medidas, de las que muchas, sobre toda las relacionadas con el ámbito de la regeneración democrática, Rajoy se encargaría de obviar en su discurso de investidura (primer engaño a Ciudadanos) para culminar con el nombramiento de dimitido ministro Soria con cuentas en Panamá como miembro del Banco Mundial, en la noche de autos del día 2 (felonía con nocturnidad y alevosía a sus socios eventuales).

Lo de Soria, es un pago a los amigos, a los que Rajoy nunca dejar en el camino. Rayan el esperpento y la falta de respeto a la inteligencia de los españoles las explicaciones de María Dolores del Finiquito equiparando un político a un funcionario, y los trienios en la función pública con la carrera política. Pero el caso de Soria, es algo que el conocimiento de los españoles y la independencia de algún medio de comunicación de los pocos que quedan, se han encargado de desmentir, tanto en su condición de funcionario como en el proceso de nombramiento.

Terminemos con Azaña para tratar de alumbrar algo en el escenario político. ¿Por qué debe ser un acto de traición al pueblo que el candidato socialista cumpla con su programa, con el mandato expresado en el voto de su electorado y con el deseo de la mayoría de sus militantes, que Sánchez se niegue a formar gobierno con Rajoy o a tolerarlo por omisión en forma de abstención? ¿Es una anormalidad que se celebren nuevas elecciones en el caso de que Sánchez no pudiera conformar un gobierno alternativo tras el fracaso de Rajoy? ¿Pueden más los deseos de los intereses económicos que la voluntad de la soberanía expresada en forma de 13 contra 8 millones de votos o en términos de representación parlamentaria, de 180 contra 170? Sinceramente opino que no, y que el patriotismo no es eso. Concluiremos sobre el concepto de patria desarrollado por Azaña durante la Guerra Civil como hiciera Sánchez. En sus Discursos de Guerra están las mejores lecciones morales sobre la apelación a la nación: «La patria no es eso. Nuestra patria no es distinta de los españoles. Nosotros somos nuestra patria moralmente».

Trasladándolo al momento actual podremos comentar que lo que decidimos y decidamos los españoles en las urnas, en una o varias ocasiones, y no los que dicten los poderes fácticos, será lo que nos deparará el futuro.