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Sísifo electoral

Es posible, con tanta repetición, que acabemos aprendiendo a votar... o abstenernos. Por mi parte, he releído, no sin nostalgia, las Razones para votar que publiqué el 12 de agosto de 2015. Era el primer intento. Fallido, como todo el mundo sabe o debería saber. El siguiente ejercicio lo practiqué ya en 2016, el 1º de junio para ser exactos, con un Votar así o asá-. Cuando a la tercera va la vencida comienzo a pensar que el asunto sea otro y que se trate, más bien, de una versión muy celtibérica del mito de Sísifo, aquel pobre diablo que fue condenado por los dioses a acarrear una peñasco hasta la cima de la montaña, hecho lo cual la roca caía hasta la base y el infortunado Sísifo tenía que reiniciar su trabajoso ascenso. Tal vez estemos condenados a seguir votando eternamente para que, una vez vistos los resultados, nos percatemos de que el efecto más evidente de tal esfuerzo es volver a votar a los pocos meses. La versión que dio Albert Camus de dicho mito terminaba un poco mal. De hecho, ya comenzaba con aquello de que «No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio». En el caso celtibérico que ahora nos ocupa quizá se trate del suicidio del sistema y vuelta a aquello que Franco dicen que decía a uno de sus ministros: «Tú haz como yo: a trabajar y a no meterse en política», visto lo nefasto que el buen dictador consideraba a la denostada partidocracia (que no bipartidismo).

¿Qué ha pasado desde aquellas lejanas elecciones del 20 de diciembre -de 2015, no se equivoque- para que volvamos a correr el riesgo de tener que votar a los seis meses, más o menos y según se haya modificado la norma hasta que aprendamos a votar como Dios manda? La culpa, como diría Franco, es de los partidos. Y, aunque la fuente no sea muy de fiar, algo de razón podría tener el hombre. Pero también el modo con que los electores repiten, a grandes rasgos, su votación anterior con lo que hay que volver a subir el pedrusco (o peñazo) de las pintorescas negociaciones que llevan a nuevas elecciones.

Con independencia del evidente incremento de la abstención, como de quien dice que el asunto no le concierne, el caso es que es muy frecuente que el elector que sabe que su voto va a llevar al sainete o teatrillo habitual vuelva a repetir su voto en la misma dirección que la vez anterior. Me voy a referir a este tipo particular de elector. Para otros tipos, seguro que en la hemeroteca -la que está en papel, obviamente- se pueden encontrar los que ya intuí en los espectáculos anteriores.

Es clásico: el que está fuertemente identificado con un partido, «mi» partido «manque pierda». Los aparatos propagandísticos de los partidos trabajan en ello no solo haciendo ver lo magnífico que es el propio, sino, cada vez más, mostrando lo horroroso que sería que «otro» subiera. Conocemos cómo el PP ha trabajado el tema de los «radicales/irresponsables/populistas», cosa que, en momentos de crisis, genera reacciones conservadoras: los experimentos, con gaseosa. El PSOE ha usado el tema de la corrupción, tema importantísimo donde los haya ya que se trata de qué están haciendo nuestros empleados -los políticos- con nuestro dinero -nuestros impuestos-. Pero craso error propagandístico: ese argumento de agua pasada, parece que no mueve molino, ni aún con Soria. No hay que irse a otras comunidades autónomas para obtener buenos ejemplos en ayuntamientos varios, tres diputaciones y Generalidad única e indivisible (excepto cuando el gobierno es un batiburrillo y no se sabe quién gobierna). Podemos, después de acabar con Izquierda Unida, no ha sido muy ducho en estos menesteres, demostrando de paso que estos profes no siempre saben de qué están hablando: demasiados enemigos desde el «sorpasso», el Ibex35, la cal viva, «espíritu de la Transición» (sic), los fundadores del PP y demás argumentos «sexy». Ciudadanos tampoco ha sido muy bueno en este asunto y no tanto por los enemigos propuestos (los separatistas), sino por su promiscuidad en las alianzas.

Demasiado complicado para quien piensa, erróneamente, que el asunto no va con él (o ella, claro) y tiene que preguntarse no solo sobre quién quiere que gane (los «suyos», claro) sino también quién no quiere que gane (los «malos», claro). Así que, al final, la identificación junto a la predicción sobre quién podría ganar, lleva al «begin the beguine». Y más si se vota por inercia. Pobre Sísifo.

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