La parálisis que afecta a la formación de Gobierno tiene su causa objetiva en la división del electorado en torno a partidos viejos y nuevos. El aspecto subjetivo del problema es la incapacidad de los líderes para jugar la partida con las cartas recibidas. Pero si la perspectiva de una nuevas elecciones es repudiada al parecer por todos los partidos de boca para afuera, unos más y otros menos, lo que define la situación en que nos encontramos es el factor tiempo, ese presunto aliado impredecible y esquivo: tiempo para esperar resultados de las elecciones vascas y gallegas; tiempo para madurar expectativas; tiempo para tensar la cuerda hasta el límite; tiempo para cobrar conciencia de las responsabilidades de cada cual. Pero el tiempo táctico se acorta, tiene término y finalmente se agota.

Mentar la espera suele ser -en la vida- la excusa para no actuar y para no enfrentar los problemas tal como se presentan. «Ya se resolverán, ya se aclararán las cosas», dice el indolente. El tiempo en política tiene sus peculiaridades, por supuesto, y apelar a él es una manera habitual de manipulación, el placebo que se administra para aguantar un estado de cosas, por muy angustiosa que éste sea, a la espera de un cambio a mejor, de la panacea que nunca llega.

Por desgracia para nosotros, los españoles y españolas, los tres grandes problemas a que nos enfrentamos -el desafío independentista; Europa; la salida equitativa de la crisis- están a la espera, como el personaje de Samuel Beckett, de que los tiempos cambien y se evaporen por sí solos. En realidad estos tres grandes problemas están entrelazados y requieren, para abordarlos, actuar y actuar ya.

Ganar tiempo ha sido y es la consigna de los independentistas catalanes, atrapados en el callejón sin salida al que les han conducido irresponsablemente líderes que están fuera del tiempo. Porque plantear, a estas alturas del siglo, levantar fronteras y regresar a la parroquia identitaria, sólo se les puede ocurrir a personajes que carecen de lo de Salomón, en comandita con grupos igualmente aventureros que se dicen anticapitalistas, pero que en realidad se han tragado el placebo y traicionado a la gente. Lo veremos en la Diada surrealista que se prepara, donde la consigna oculta que ondeará es «ganar tiempo».

Lo mismo sucede en esta UE a la deriva, preñada de elecciones y de archipiélagos populistas, a cual más extravagante y retrógrado, donde el tiempo, es decir, la espera y la no acción, da alas a quienes se la quieren cargar con el cuento de que van a regresar a paraísos que nunca existieron.

Y qué decir de la indolente España, que ha padecido una crisis sin precedentes en democracia que ha machacado a las clases medias y populares, envuelto todo ello en el papirote de la corrupción y que? sin embargo, tiene por delante la oportunidad de abrir un espacio de progreso, de avanzar en este mundo complejo que es el espacio global.

El tiempo, que todo lo cura, según dicen, no es ni puede ser un aliado cuando el precio de no actuar es una vuelta de tuerca hacia la degradación. Yo no sé dónde se encuentra la solución. De lo que estoy seguro es que hallar la cuadratura del círculo no está a nuestro alcance. Por lo tanto, hay que pasar a la acción, afrontar los problemas que no pueden esperar, apelando a la responsabilidad de todos.