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Joaquín Rábago

El pillaje del agua

Muchos predicen ya que el agua será causa de futuras guerras en los países en desarrollo como lo ha sido hasta ahora el petróleo. Mientras tanto, las grandes multinacionales con Nestlé a la cabeza hacen con ese líquido un gran negocio a costa muchas veces de las poblaciones locales. La multinacional suiza compra por todas partes derechos de extracción del agua después de que sus geólogos hayan estudiado manantiales y acuíferos de la zona y luego vende el precioso líquido, debidamente embotellado en plástico, muchas veces a las propias comunidades de donde se obtuvo.

Mientras que su director general, el austriaco Peter Brabeck, se jacta de la «creación de valor» que ello supone para los accionistas de la compañía, los vecinos de algunas de esas comunidades se ven obligados a recurrir muchas veces a la justicia en un intento de impedir lo que califican de «pillaje» de sus recursos naturales. Nestlé controla el 70 % de las aguas minerales del mundo, con marcas tan conocidas como Perrier, San Pellegrino o Vittel, según la interesante documentación del periodista suizo Res Gehringer, difundida por la emisora franco-germana Arte.

Mediante una habilísima campaña de mercadotecnia, la multinacional logra el milagro de que la gente compre lo que, al menos en el mundo desarrollado, podría conseguir gratis con sólo abrir el grifo. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la marca Polar Springs, la más vendida en Estados Unidos, a su vez el mayor mercado de agua mineral del mundo. En el Estado de Maine, rico en acuíferos con rocas y arenas que funcionan como un filtro natural, Nestlé llena desde 1997 sus camiones cisterna de agua que transporta diariamente por carretera a las plantas embotelladoras con el consiguiente daño para el medio ambiente.

Nisha Swinton, una activista de la ONG Food and Water Watch, de Portland, es una veterana de los intentos de una de algunas de esas comunidades locales de conseguir mediante el recurso a la justicia que Nestlé pierda sus derechos de explotación del agua, como ocurre, por ejemplo, en Fryeburg (Maine), donde los ha adquirido por 45 años nada menos. Para ella es una cuestión de sostenibilidad medioambiental porque no se trata solo del agua de lo que ocurre cuando se extraen diariamente tan ingentes cantidades de una zona determinada sino también de la energía necesaria para su procesamiento, por ejemplo, en la fabricación de las botellas de plástico. Se calcula además que un 75 % de esos envases de plástico acaban en EE UU en la basura en lugar de ser reciclados.

En el fondo, como señalan algunos activistas, se trata sólo de llevar agua de un sitio para otro con los costos energéticos que supone además su transporte por carretera tanto desde la fuente hasta la fábrica como, una vez embotellada, desde allí a los lugares de todo el país donde se vende. Si, gracias a su dinero y a un ejército de abogados y lobistas, la multinacional suiza ha conseguido muchos de sus objetivos, pese a la fuerte oposición local, en un país como Estados Unidos, ¿qué no podrá hacer en otros como Pakistán o los africanos? En estos países, Nestlé ha desarrollado un concepto distinto: el agua no procede de algún manantial concreto, como es el caso del de Polar Springs en EE UU, sino que se trata de aguas obtenidas de acuíferos locales y luego purificadas, que la empresa comercializa bajo la marca Pure Life.

Y todo ello ocurre en muchos lugares donde los servicios municipales son incapaces de proporcionar a los vecinos el agua potable a la que deberían tener derecho y donde el líquido que reciben muchas veces a través de las cañerías, cuando existen, es una especie de caldo venenoso. Según el presidente de Nestlé, que habla todo el tiempo de «responsabilidad social corporativa», lo único que hace su compañía es proporcionar el agua potable que muchos de esos municipios son incapaces de suministrar mientras crea de paso puestos de trabajo para la población local.

No hay que culpar, según él, a la privatización de lo que ocurre, sino que los responsables serían en todo caso esos Estados que, bien por ineficacia, por corrupción o por lo que sea, permiten muchas veces que las infraestructuras se deterioren. Nestlé se limitaría sólo a suplir esa carencia. Una visión un tanto cínica de las cosas porque ni que decir tiene que esa agua privatizada está sólo al alcance de las clases medias, las únicas que pueden permitírsela, mientras el resto de la población sufre todo tipo de enfermedades por culpa de unas aguas que les llegan contaminadas.

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