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De la mafia y sus cuernos

Anda el mundillo taurino algo revolucionado por la reciente publicación de un artículo por parte de Antonio Lorca en su tribuna habitual. El texto, titulado «El toreo: una mafia sin competencia», realiza un recorrido por todas aquellas corruptelas que, a juicio de su autor, corroen al espectáculo taurino desde dentro con muy malos modos. En la ristra de pecadores aparecen desde Enrique Ponce hasta Pablo Hermoso de Mendoza, pasando por López Simón, José Tomás, El Juli e, incluso, los propios periodistas. La fiesta está dominada por cuatro nombres que se reparten el pastel y buscan los mayores alivios a cambio del dinero rápido. Ese podría ser el resumen de lo expuesto por Lorca. Vayamos por partes.

Chirría mucho la soflama apocalíptica del sucesor de Joaquín Vidal, sobre todo viendo el devenir de la línea editorial de su periódico en los últimos años. Huele a que hay que argumentar en pro de algo, quién sabe si una futura desaparición de la información taurina de sus páginas, que ya ofrecen poco, dicho sea de paso. Duele entre los taurinos, además, que se realice tan duro diagnóstico en un medio con mucha repercusión, y sin tener ellos ni voz ni voto en el asunto. No hay nada que más toque los bemoles a los que mandan que una crítica independiente.

Pero no cabe duda de que Antonio Lorca esgrime, quizá en formas (eso de llamar «borregos» a ciertos toros no es de recibo) y tiempos equivocados, lo que muchos han pensado de la fiesta siempre. Desde los tiempos de José y Juan, Gallito y Belmonte, e incluso antes con el Guerra, y no digamos nada después con Manolete y El Cordobés, la afición más exigente ha criticado las facilidades hacia las que han tendido los toreros. En un espectáculo donde el actor principal se juega su vida a cambio de pingües retribuciones, el intento de aminorar el riesgo, dulcificar el amargo trago y vender gato por liebre ha estado siempre entre las bambalinas. Hablando en taurino, la deriva hacia un toro menos fiero y más noble que permita al diestro pegar muchos pases ha provocado que por el camino se pierda al argumento principal del toreo: la emoción. Quizá el toro que se lidie hoy sea el más bravo de la historia, pues vuelve a la pelea con las telas muchísimo más que el de antes. Raro es ver un toro barbeando tablas, o saltando la barrera. Pero se ha llegado a un término medio donde, lejos de estar la virtud, se ha producido el principal enemigo de todo esto: el aburrimiento. Muchos toros «sirven», pero no emocionan.

La madre del cordero de todo esto estriba en la pérdida de los roles dentro del espectáculo. Cuando ganadero, empresario y apoderado acaban coincidiendo en la misma persona, el abuso de poder no tiene remedio. Así se ha llegado al monoencaste «domecq» y a la monotonía en los coletudos. Demasiado «mono» todo. Se huye de la épica y se busca la estética, ignorando que la segunda carece de sentido sin la primera.

Y, para colmo de todo, Antonio Lorca pone el punto de mira salvador en los periodistas. ¡Acabáramos! Como si, en lugar de ser cronistas de la realidad, hubiéramos de convertirnos en fiscales de la fiesta. Ya se nos hace difícil esa tarea de nadar y guardar la ropa desde la independencia, es decir, contar de manera crítica lo meramente taurino y defender la existencia de la fiesta frente a los que la odian porque la ignoran. Y hace falta esa fiscalía, claro, pero no desde los medios. Pasar institucionalmente del Ministerio del Interior al de Cultura estuvo muy bien, sobre todo si se rebaja el IVA. Pero lo realmente necesario hubiera sido un órgano regulador competente y oficial que velara por la fiesta, algo así como una secretaría de estado para los toros, como la tiene el deporte, por ejemplo. Pero eso no convenía, y ahora ya es tarde. Además, señor Lorca, algunos ya hemos puesto numerosos cascabeles a gatos de diverso pelaje, ¿y de qué ha servido? La fiesta taurina ya es una estampa de Saturno devorando a sus hijos. Y, lo que es peor, sin un Júpiter que pueda romper el maleficio.

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