Uno de los últimos golpes bajos que nos viene propinando el señor Obama es el fomento y labor acelerada para la firma del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones, más conocido como TTIP, por parte de la Unión Europea. Eso sí, en reuniones y conversaciones siempre altamente secretas (¿por qué será? ¿qué intentan -sin mucho éxito, por cierto- escondernos a los ciudadanos?).

Obama era para muchos de nosotros una esperanza de mejora, tanto para la situación de las personas y sus derechos en referencia a su país, como para el medio ambiente global (EE UU era antes de él, y hoy con él lo sigue siendo, el segundo mayor contaminador atmosférico y acuático y el menos respetuoso con respecto a las especies amenazadas del mundo, tras la conversión de las élites de China al capitalismo más salvaje). Pero nos defraudó a todos: ni en la protección de los derechos sociales ni en la del medio ambiente ha resultado ser mucho mejor que su nefasto predecesor, don Bush Jr., de infausto recuerdo.

Pero volvamos al TTIP. En realidad, ese tratado representa el culmen de aquel desgraciado invento de la globalización que un día parieron las avarientas y enfermas mentes de las grandes corporaciones (norteamericanas, naturalmente; aunque aquí, si se lo preguntan al señor Rosell y sus amigos, estarán todos encantados); en pocas palabras, ese hito lamentable significa que los firmantes (en este caso EE UU y la UE) sitúan voluntariamente sus destinos en las manos de las grandes corporaciones; para entendernos aún más, eso significa poner a todos los estados miembros de la UE bajo la bota y al servicio y disposición de un poder privado y explícitamente orientado al dinero, con renuncia de los firmantes a sus propios fueros en materia de legislación comercial en favor de los orondos magnates que gobiernan sobre gobiernos de calzonazos.

Para entendernos todavía más: dominio absoluto de las empresas al estilo americano y sistemático paso por el Arco del Triunfo de los derechos de la ciudadanía (en EE UU no se reconocen siquiera los derechos otorgados a los trabajadores por la Organización Internacional del Trabajo, OIT), desregulación de alimentos y medicamentos (ya no será obligatorio que los productores informen sobre el uso de transgénicos ni otras gaitas), desregulación bancaria, derecho a la información cercenado (acceso limitado a internet), etcétera.

Pero la gente, aquí, no protesta ni se cabrea para nada. Mentira parece que sea esta la patria de Agustina de Aragón y del caballo de Espartero. Aunque si uno va a ver, tampoco tiene nada de raro en un país en el que el periódico más leído es el Marca, con más de 400.000 ejemplares diarios y a mucha distancia del siguiente?

Y lo de la gente, viviendo en un país de papanatas («persona simple y crédula y fácil de engañar», DRAE), aun con mucho disgusto personal, no es lo que más irrita; lo que enciende de verdad es la actitud casi de encefalograma plano de esos mentecatos («tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón», DRAE, 1ª acepción) que tenemos por dirigentes, tanto de gobierno como de oposición, que a lo único que parecen dedicarse es a ver quién se inventa el insulto más original, cobrando buenos dineros sin darle ni palo al agua: mentecatos pagados con el dinero de papanatas? Virgencita, que me quede como estoy.

Y como siempre, ha tenido que ser desde detrás de los Pirineos desde donde haya tenido que venir una contestación a este intento de alienar (apisonar, más bien) los derechos más elementales de la ciudadanía europea, los nuestros: ayer, último día de agosto, leí en el diario INFORMACIÓN, entre atónito e ilusionado, que Hollande, el presidente francés, tan en declive él, ha tenido el coraje suficiente como para oponerse públicamente a la firma de semejante afrenta, chulería y ninguneo. Y así lo recomendará a la UE. No triunfará, porque la UE en su estado actual no es más que un nido de manipuladores serviles a los pies de gente tan de poco fiar como Merkel, Draghi, Lagarde y demás cuadrilla de nocivos neoliberales que hace tiempo perdieron de vista el interés de las personas, nubladas por su interés por el dinero.

Señor presidente Hollande, usted no lo conseguirá porque nosotros tenemos la Europa que ellos querían; pero como ciudadano anónimo le agradezco profundamente el intento; algo que los personajes que se reúnen a insultarse en el Congreso de mi país, no han sido, ni serán, capaces de hacer.