Si la estructura de partidos no hubiera cambiado tan radicalmente a partir de las últimas elecciones europeas, lo más probable es que, hoy, un presidente socialista se sentara a la cabeza del Consejo de Ministros y, aún con las limitaciones derivadas de nuestra pertenencia al euro, podrían haber mejorado las condiciones de vida de quienes más duramente han sufrido la crisis actual. Podríamos haber visto el fin a las políticas ampliamente rechazadas y cuya abolición o reforma no tiene coste alguno: Ley Wert o Ley Mordaza, por ejemplo.

La aparición de Podemos, mal que le pese a la mayor parte de sus electores, incluso de algunos de sus dirigentes, ha significado, en la práctica, un balón de oxígeno para Rajoy. No sólo por debilitar al partido mayoritario de la izquierda, sino por la preferencia dada por Pablo Iglesias a su objetivo del «sorpasso» en lugar del de acabar con las políticas conservadoras y, en algún caso, de extrema derecha, del PP. Con sólo haberse abstenido en la investidura de Pedro Sánchez, hoy estaríamos ante un escenario radicalmente distinto y se hubieran acabado las prórrogas a las políticas conservadoras.

El PP se percató muy pronto de que la aparición de Podemos podría acabar beneficiándole y se empleó a fondo en dos vías: la táctica del «divide y vencerás» y la de empujar a una gran cantidad de electores conservadores que, aún tapándose la nariz, volvieran a votarles ante un riesgo, vendido como cierto, de que pudieran superar al PSOE como referente de la izquierda. Un poderoso grupo mediático ha colaborado activamente en esta estrategia del PP: determinados medios apoyan la opción conservadora y, con otros, buscan debilitar al PSOE en beneficio de Podemos.

Sí, ya sé que hay quien piensa que PP y PSOE son lo mismo y que no habrá cambio hasta que Podemos tenga una mayoría suficiente para gobernar sin condicionamientos. El propio Pablo Iglesias contribuyó, con su difusión de «la casta», a trasladar esta idea. Por eso resulta extraño, que Pablo Iglesias en la última campaña, en la que se presentaba ya como presidente, le ofreciera la vicepresidencia a Pedro Sánchez; si somos lo mismo, tal vez se la podía haber ofrecido a Mariano Rajoy. Hay que recordar, por cierto, que a pesar de que el origen de «la casta» lo situaban en el momento en que Zapatero adoptó medidas contradictorias a su programa de 2008, Pablo Iglesias dijo que Zapatero había sido el mejor presidente de la democracia. ¿En qué quedamos?

Pero, como agua pasada no mueve molino, debemos tomar el resultado electoral como un dato del que hay que partir: de nada sirve valorar qué es lo que habría que haber hecho tras las elecciones del 20D, excepto para no caer en los mismos errores tras las del 26J. Parece muy difícil que los partidos nacionalistas, e independentistas, estén, en esta ocasión, en condiciones de aportar los votos necesarios para dar estabilidad a cualquier fórmula ya sea de centro derecha o de centro izquierda y que si bien esos votos no sirven para sumar, sí cuentan a la hora de fijar el listón de la mayoría absoluta o simple.

La fórmula PP-Ciudadanos está abocada, creo, al fracaso y la hipotética PSOE-Podemos, también. Y no me refiero sólo a la investidura. De nada sirve investir a un presidente si, al poco tiempo, no es capaz de presentar unos presupuestos con una mínima garantía de éxito.

Por ello, tras el fracaso de Rajoy, si de verdad se quieren evitar unas terceras elecciones, PSOE, Podemos y Ciudadanos están obligados a sentarse y buscar una fórmula de gobierno que cuente con el apoyo de las tres fuerzas políticas y que dote de estabilidad al país, acabando con la presidencia de Rajoy que, no olvidemos, confesó su admiración por Matas, manifestó que siempre estaría con Camps y afirmó que Carlos Fabra era un ciudadano ejemplar (y dos de ellos están en la cárcel).

El bipartidismo tiene ventajas e inconvenientes: la ventaja es que acabadas las elecciones se sabe, enseguida, quien va a gobernar y cual es el programa cuyo cumplimiento podemos exigir, el inconveniente es que hay menos puntos de vista en la cámara. El multipartidismo tiene también ventajas e inconvenientes: éstos los llevamos viendo desde diciembre con una Cámara incapaz de «dar a luz» un gobierno. Por ello, se deben abandonar los viejos tics y ponerse a negociar un programa que no será ninguno de los que se presentó a las elecciones, sino una combinación de ellos.

Desde aquí pido, por tanto, que sigamos diciéndole no al Partido Popular y se trabaje, tras el fracaso, en una alternativa con la mesa a tres que he comentado.