Era una moción de investidura para ver si el candidato y su programa pactado con Ciudadanos conseguían los votos necesarios. Mayoría absoluta en primera, o simple en segunda. Pero los cuatro años de soberbia parlamentaria y decretos lo han impedido. El debate se ha ido del artículo 99 al 112 de la Constitución, de la investidura a la moción de confianza -habría que decir de desconfianza- en el candidato. El programa siempre es importante, pero el estilo y la gestión de gobierno del candidato ha ocupado el primer plano. Lo que la mayoría absoluta impidió censurar a Rajoy en estos cuatro años se lo han reprochado ahora. Ni tampoco en el año de provisionalidad ha cambiado el estilo, con la escusa de estar «en funciones» sigue sin dar cuenta de las gestiones del Gobierno.

«¿Alguien está pensando en convocar nuevamente a la urnas?», fue la pregunta retórica del candidato. El futuro de España está pendiente de lo que se decida en éste debate, trascendió Mariano Rajoy. El primer cuarto de hora fue de autobombo del éxito económico; la preferencia que, según él, han mostrado los españoles por un gobierno del PP, para el que «no hay alternativa». Siguiendo con su sentido común marianista, advirtió al resto de grupos que necesitan un gobierno o no serán oposición. Y ofreció pactos en política exterior, en pensiones- el pacto de Toledo-, educación, dependencia y más. En todo lo que no ha hecho estos cuatro años. Dados los votos con que cuenta, es querer hacer de la necesidad virtud. Para colmo ninguneó a los de Ciudadanos equiparando su respaldo a los de UPN, Coalición Canaria, Foro Asturias que tienen un diputado cada uno. Y, consiguió enfadar a los nacionalistas del PNV -los que le habían apoyado en la elección de la mesa- al identificar el nacionalismo españolista con la Constitución.

La intervención de Pedro Sánchez se basó en citas entrecomilladas del propio Rajoy para recordarle porqué iba a votar en contra; luego paso a enumerar y rechazar los recortes que han caracterizado los cuatro años del PP no sólo económicos sino en materia de derechos sociales y civiles. Es un no a esa gestión. No es un no a todo, sino un sí a políticas contrarias a las del PP, las que haría un gobierno «limpio, social y creíble». «No vamos a utilizar los votos que nos han dado los españoles para ir en contra de lo que creemos». Rajoy intentó, pobremente, contraponer argumentos políticos y analíticos; antes mostró su habilidad y socarronería oratoria y dialéctica, que la tiene, como entender los entrecomillados como reconocimiento de citas de autoridad. El argumento de fondo, peligroso y falaz, es que no lo habrán hecho tan mal cuando siguen ganando. El mismo que repetía Camps y Alperi para justificar sus políticas e incluso blanquear los escándalos de corrupción. Por eso es peligroso. Y es falaz porque es relativo el resultado, no es lo mismo 137 diputados que mayoría absoluta. Ni en diputados, ni en votos, ni en porcentaje de votos sobre el total de la Cámara.

El mismo sofisma electoral y la misma debilidad argumental repitió en defensa de su gestión económica y social para contestar a Pablo Iglesias. Se lo recordó a Iglesias para contraponer los planteamientos puristas, de principios, y maniqueos de Podemos; para que no se atribuya la representación de la gente, de los pueblos, de los ciudadanos, al margen de los votos. Sin abandonar la socarronería le agradeció que le considere «estupendo» polemista, «y me puedo superar». Iglesias, por contra, no dejo pasar la ocasión para vilipendiar a Rivera y a Ciudadanos duramente, era la respuesta al manifiesto por un gobierno C's, PSOE, Podemos; de hecho redujo las alternativas a una candidatura de la izquierda -con inevitables votos nacionalistas que no citó- ignorando al de centro izquierda.

Rivera explicó los acuerdos con el PP, y su desconfianza por los casos de corrupción. Le habría gustado otro Gobierno con otro candidato, dijo. La respuesta de Rajoy fue la repetida del resultado electoral: «los matices de los juicios de valor» los tienen en cuenta miles de personas cuando votan. Camps y Alperi no eran los únicos que pensaban que las elecciones lavan los procesos por corrupción.

«El futuro reanuda su actividad a partir del 1 de septiembre» es un donaire de José Luis Cuerda en su libro titulado Me noto muy cambiá (Pepitas de calabaza, edición). Y, visto lo visto, Amanece, que no es poco.