Tiene gran interés la resolución del Consejo de Estado francés sobre la cuestión del «burkini», un caso que ha encendido las redes sociales y la opinión pública en este verano. Ante los recursos interpuestos por diversas organizaciones, la máxima instancia contenciosa de Francia, con funciones análogas a las de un Tribunal Constitucional, ha resuelto anular la ordenanza municipal que sanciona a las mujeres que se presentan en las playas con la citada prenda para tomar el baño, permitiendo que sean despojadas de sus ropajes, además de recibir una sanción.

El fallo se ocupa de dos cuestiones principales: por un lado, recordando precedentes anteriores, el Consejo se centra en declarar que la autoridad municipal no tiene una potestad absoluta para restringir libertades fundamentales, sino «únicamente en caso de riesgo probado de alteración del orden público». Sin mencionar expresamente el «burkini», el Consejo considera que «ningún elemento permite establecer que la prenda adoptada (o de cualquier otra prenda que manifieste de forma ostentosa un pertenencia religiosa) para darse un baño amenace el orden público». Por otra parte, en cuanto al fondo, la resolución -que no admite recurso en el plano interno-, además de recordar que toda decisión que afecte a derechos fundamentales «debe ser necesaria y proporcional», afirma que en el presente caso, «ha supuesto un ataque grave y manifiestamente ilegal a las libertades fundamentales que son la libertad de ir y venir, la libertad de conciencia y la libertad personal».

El propio Consejo considera que estamos ante un caso difícil, envuelto en consideraciones políticas, religiosas e ideológicas, sobre todo si se tiene en cuenta la agudización de las tensiones en la calle a raíz de atentados recientes como el de Niza, una ciudad próxima a las localidades donde se han producido los hechos. Y el caso es difícil, también en el plano jurídico, en la medida en que está todavía por encajar, en el espacio de un estado laico, el recurso ante el TEDH, en el caso de «burka», así como las consecuencias de la ley francesa de 2004, que prohibió el velo en los centros de enseñanza primaria y secundaria.

A mí me parece que la resolución del Consejo es correcta en el marco constitucional de un Estado de Derecho y laico, como el francés. Es más, no creo que por vía legislativa, como sostienen algunos grupos conservadores, se pueda establecer una prohibición de este tipo en el espacio público con carácter general. También creo que si se hubiera producido en España un caso similar, la respuesta (eso sí, no tan diligente como la del Consejo), hubiera ido en el mismo sentido.

Más allá de las lecturas políticas, culturales, religiosas, ideológicas y puramente mercantiles (hay que recordar que la prenda en cuestión la fábrica una empresa australiana, con gran éxito por lo que parece), la preservación del principio de libertad, y del resto de los derechos fundamentales, es esencial para no ser derrotados por la barbarie y para fortalecer la experiencia de la propia libertad a quienes todavía no la disfrutan.

Es evidente que el burkini y otras prendas de este tipo, aplicada al cuerpo de las mujeres, es un exponente de la sumisión a que las tienen sometidas en nombre del Islam y del fundamentalismo de las costumbres, que afecta a cientos de millones de mujeres. La libertad, por supuesto, no se regala sino que se conquista, por lo que son ellas a las que corresponde la mayor parte del esfuerzo por su emancipación. Pero es sin duda de gran ayuda la firmeza de nuestras sociedades en los principios, en lugar de caer en la tentación de convertirnos en una policía de costumbre más.

Es un error creer que la situación de terrible sumisión de tantas mujeres tiene una causa religiosa, una manifestación de la confrontación entre cristianismo e islamismo. No, la verdadera causa es política: la utilización de la religión para mantener el decadente y medieval patriarcado opresor al tiempo que los privilegios de gobernantes corruptos y señores de la guerra. Ante la pasividad de sociedades enteras que son mantenidas deliberadamente en la ignorancia, los poderosos saben perfectamente que el gran peligro para ellos es, precisamente, la revolución en marcha que muchas mujeres han emprendido ya, y que, a mi modo de ver, a pesar de las dificultades, será imparable. Por nuestra parte, una máxima: ni un paso atrás.