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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Castillo de naipes

Se ha reabierto el Watergate. Alguno dirá: «Pues tal como está el periodismo de investigación, menos mal». Cómo andará que lo recuperado para interesados en rastrear de cerca unas huellas tan celebradas no es el caso sino el hotel en el que se alojaron el 17 de junio del 72 los cinco mendas que de noche irrumpieron en las oficinas del Comité Nacional Demócrata. Al igual que ahora, aunque por motivos diferentes, en España se había hecho de noche desde mucho antes en lo que a ese tipo de denuncias se refiere, lo que trajo la fascinación a los periodistas jóvenes y menos jóvenes por comprobar la manera en que, capítulo a capítulo, se iba viniendo abajo el castillo de naipes del inquilino de la Casa Blanca. A los inasequibles hubo que recalcarles que los artífices de la epopeya no eran Robert Redford ni Dustin Hoffman y sí Bob Woodward, Carl Bernstein, el dire Ben Bradlee y la editora Katharine Grahan, que aguantó el tirón de una manera difícilmente reproducible en unos tiempos en los que gran parte de las cabeceras han caído en manos de fondos de inversión y cosas peores, encargados de señalar claramente quiénes son molinos y quiénes gigantes.

De ahí que Jacques y Rakel Cohen, de Euro Capital Properties, se hayan inclinado por reflotar el lugar de autos en vez de hacerlo, si tanto les va la historia, con diarios capaces de levantar escándalos nuevos. Los dueños del Watergate son un joven matrimonio judío de Nueva York, los Cohen, que saben de qué va la película. Y eso que el hotel que antes de junio del 72 albergase a Liz Taylor y Ronald Reagan, entre otros, no es que tenga unas perspectivas muy halagüeñas para remontar al haberse quedado en el flanco menos efervescente del Potomac pero, aún así, los inversores saben que, del otro lado, donde hoy se pongan 140 caracteres que se olviden de alimentar dos años a un garganta profunda. Eso sí, en las llaves electrónicas de las habitaciones reza la inscripción «No hace falta entrar por la fuerza». Es lo que nos queda de todo aquello, un souvenir.

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