Hace pocos días me llamó poderosamente la atención una de las cartas al director publicadas en este diario. El escrito estaba firmado por el presidente de la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo, Juan Antonio Iborra Bernal, y en él expresaba con contundencia el hartazgo de quienes habitan en esa zona de la ciudad ante el abandono, la desidia y la degradación que presenta, frente a la indolencia y pasividad sistemática de los responsables municipales. Quienes vivimos, conocemos y disfrutamos Alicante sabemos de sobra que, por desgracia, las palabras de este vecino son muy ciertas, siendo uno de los problemas históricos que se arrastran desde hace décadas, sin que ninguna corporación haya dado importancia a la necesidad de cuidar y regenerar de una vez por todas el corazón de la capital.

Pero además, en esta carta se incluía una reflexión devastadora hecha por el responsable vecinal que evidencia, bien a las claras, la actitud de nuestro alcalde, Gabriel Echávarri, al afirmar que escribía la carta «?aún a riesgo de represalia en forma de diatriba de nuestro temperamental alcalde». Las palabras de Juan Antonio Iborra expresan con crudeza el sentimiento de muchos ciudadanos que son atacados por tener opiniones divergentes con el alcalde, quien lejos de darse cuenta de que su actitud desafiante y faltona no dice mucho de una autoridad que debería dar ejemplo de tolerancia y respeto, carece de reparos en dejar constancia de todo ello en las redes sociales, como si presumiera de sus despropósitos.

Muchos pensaban que el disparate se limitaba a haber pedido a través de Twitter dimisiones de consellers o incluso de sus propios socios de gobierno municipal, a los que reiteradamente ha conminado a cesar en sus cargos y abandonar el tripartito. Sin embargo, las redes sociales no paran de recoger mensajes en los que el alcalde intenta ofender, desacreditar o despreciar a quienes opinan de manera distinta o simplemente son diferentes, como hizo hace algunas semanas con los seguidores del Elche mediante un mensaje en Twitter claramente ofensivo que tuvo que retirar y además pedir perdón a las pocas horas de difundirlo a la vista del enorme revuelo que había causado. Fue el conseller Manuel Alcaraz quien afirmó recientemente ante uno de los muchos desaguisados causado por un mensaje incendiario de Echávarri que «quien no hace un uso responsable de las redes sociales no debe ser cargo público», a lo que yo añadiría: «así como tampoco quien desde ellas maltrata, ofende o desprecia a los ciudadanos y a sus oponentes».

Decía el filósofo y lingüista Noam Chomsky que quien cree en la libertad de expresión también cree en la libertad de expresión para aquellos puntos de vista que le puedan disgustar. Echávarri es de esas personas a las que le encanta la libertad de expresión, hasta que alguien la pone en práctica. Así, a varios aficionados del Hércules que le han preguntado en Twitter sobre sus promesas de un inversor para el equipo, los ha bloqueado y a otros los ha llamado «palmeros». A una vecina que le recordó una manifestación celebrada en la plaza del Ayuntamiento, el alcalde le contesta que se lo dice porque quiso trabajar con él y le dijo que no, añadiendo que sabía que era mala profesional y que entendía «porqué perdió el PSOE en Mutxamel» (sic). Al presidente de una asociación de comerciantes que pide públicamente diálogo y consenso, el alcalde de Alicante le envía un mensaje público contestándole: «Claro que sí. Por eso no te presentaste a la reunión conmigo y me dejaste plantado». Y estos días se enzarza en una agria discusión con un vecino que trataba de hacerle ver, educadamente, que una empresa de gafas que el alcalde afirma que es alicantina parece tener su razón social en México. Reconozco que un momento memorable fue cuando un vecino le dice al alcalde que trabajar un solo día a la semana no llega ni a trabajo basura y Echávarri le contesta: «Lo dices tú desde tu cómodo puesto de trabajo». Pero el vecino le aclara que está «en paro y casi sin posibilidad de trabajar por tener más de 50 años». Y todo ello sin mencionar otras muchas ofensas que ha lanzado, particularmente contra profesionales y colaboradores de este periódico, a los que el Alcalde y algunas de las personas a sueldo que le rodean demuestran tener una particular animadversión, no escatimando insultos, así como a los componentes de la oposición municipal, con ofensas de grueso calibre.

Lo llamativo no es solo que nuestro alcalde esté embarcado en esta barbaridad, sino que nadie a su lado le diga que no puede seguir convirtiendo el ambiente político de la ciudad en un barrizal y su mandato en la antítesis de esa nueva etapa de diálogo y tolerancia que prometió y que tanta falta hace en Alicante.