Les invito a hacer algo que hacemos miles de alicantinos y turistas cada sábado por la mañana. Vayan al Mercado Central de Alicante. Entre esos muros se encuentran algunas de las verdaderas esencias de lo más genuinamente alicantino. Es, además, punto de confluencia de la provincia. Frutas y verduras de Mutxamel y de El Campello, dátiles y granadas de Elche, limones de Guardamar, alcasiles de Rojales, verdura de Catral y de El Pilar, cerezas y aceitunas de la montaña alicantina, nísperos de Callosa, vinos y delicatesen de toda la provincia?

Se respira cosmopolitismo, sabiduría, vida. Hacerte amigo de un comerciante del Mercado cuesta un minuto. Él te quiere vender, pero también quiere saber de ti. Está en el mercado para comer, pero también para conocer gente, le gusta el trasiego, la conversación, que le elijas a él y no a otro, quiere que sepas la diferencia que te da su puesto con el de al lado. La segunda vez que vayas se acordará de ti y te tratará como un amigo de toda la vida.

Es el Mercado, ese mercado que empezó en el Puerto y que serpenteó por nuestras calles hasta llegar a su ubicación actual. Un Mercado que tiene que estar en permanente actualización, pero que es, también, referente y hogar para comerciantes de generaciones que ofrecen sus productos y que a veces se jubilan y prefieren colgar dos pollos y ver pasar a la gente que traspasar el puesto. Llevan el mercado en su ADN. Como el que te vende marisco y pescado y te cuenta los ancestros de cada gamba, o el puesto que te soluciona la comida de toda la semana con sus selectos precocinados y delicatesen o el que te explica las ventajas de los productos congelados. Igual que ellos, otros cientos de comerciantes y trabajadores crean cada día un auténtico parque temático de la gastronomía y el saber hacer. ¡Que joya en bruto tenemos!

Un comerciante del Mercado ocupó cargo público y promovió la edición de un libro y audiovisual sobre los mercados de Alicante. En su presentación no pudo apenas hablar. Todos los presentes, muchos de ellos comerciantes del Mercado Central, lloraban al ver las imágenes de sus padres, abuelos o bisabuelos en las fotos que se tardaron años en recopilar. Nunca hubo tantas lágrimas de emoción en el Salón Azul.

Es un parque temático de la gente, de la gastronomía, un espectáculo en sí mismo y un lugar vivo, de encuentro. Creo que pide a gritos un proyecto específico para su potenciación, con dos premisas fundamentales; no convertirlo en un museo intocable, y otra, dejar desarrollar las ideas que el mismo genera.

No olvidaré la cara de absoluta sorpresa de varios turistas y propios al ver en un puesto de pescado cortar un enorme atún y despiezarlo allí mismo. (La foto ilustra el momento). Como esto hay mil cosas que suceden cada día, la decoración de los puestos de verdura y frutas, los salazones. Las carnes y embutidos, los quesos, los panes, los dulces, etcétera. Cada puesto tiene su arte. Pasen y disfruten. Es gratis.