Crucifícame, si no te tiembla el pulso. Crucifícame, pero hazlo con los clavos de tus ojos, con los golpes de tu corazón. Oigo esa música deliciosa debajo de mi olivo -lo más parecido al paraíso que conozco en los últimos años- pasando de las maniobras orquestales en la oscuridad que sin dudar habría firmado Maquiavelo, esas que quieren endosar al presionado Sánchez las culpas cuando avisan de un nuevo viaje a las urnas en Navidad como si el apoyo a la derecha fuese el imperativo categórico kantiano.

Lo bueno de estos estados caóticos -jubilaciones, enfermedades, defenestramientos?- es que encuentras amigos en idéntica situación y de tales encuentros -Antonio Coca, exdirector del Instituto Lloixa- salen consejos literarios impagables.

Quería pasar de la política pero «las aguas siempre vuelven a Mombasa» y continuamente nos reencontramos con lo inevitable. Cae en mis manos una obra extraordinaria de Michel Houellebecq, un autor francés cáustico, corrosivo, vitriólico, que retrata la realidad con la precisión de la mejor autopsia del mejor forense. Lean lo que encuentren de él si quieren disfrutar, a la vez, de un orgasmo y un encogimiento irremediable del corazón. Sus frases te golpean como el puño de un boxeador bien entrenado a la vez que te dejan clara la miseria moral y afectiva del ser humano. Dibuja a la perfección la soledad del hombre actual. Estamos sin duda ante un genio del existencialismo de la talla de Sartre o Camus, un genio que odia y se enfrenta a lo establecido, a lo políticamente correcto.

Sumisión, la obra leída por fortuna y para mi deleite, es una novela histórica futurista. Me recuerda, salvando las distancias y las formas, a 1984 de Orwell y a Salinger, maestros de la literatura contemporánea.

Houellebecq imagina una Francia convulsa en los años 2020. Un profesor universitario que no cree en la Universidad ni en los estudios de letras que imparte, «un sistema que no ofrece salida salvo a los más capacitados para que hagan carrera dentro del mismo sistema y cuyo objetivo es su propia reproducción porque la transmisión del saber es imposible dada la desigualdad de las inteligencias».

Destroza la posibilidad de relaciones interpersonales placenteras y durables porque de golpe te dicen, al acabar el verano, «he conocido a alguien» y eso te hace vivir con la sensación de la derrota en la boca. Los reencuentros con los ex se convierten en «veladas siniestras» con cuerpos que jamás pueden ser objeto del deseo por los daños irreparables que manifiestan, gentes con tristeza irremediable que lo inunda todo, como un pájaro con chapapote, con un decaimiento en las carnes -la edad- que conduce a la soledad definitiva.

Machaca el autor la vida, supuestamente intelectual, del ámbito universitario con los mismos apaños que el resto de relaciones sociolaborales. Le interesa más el placer que una mujer le ha dado -no pongo cómo por el natural corte que me da escribir sobre estas cosas en un periódico decente y que pueden leer niños- que todos los artículos sesudos y documentadísimos sobre los naturalistas franceses del siglo XIX, desde Zola a Flaubert y desde Balzac a Rimbaud o Huysmans -autor en el que es especialista el protagonista de esta novela sofocante-.

En medio de escenas de sexo ardiente -alguien ha tachado a Houellebecq de pornógrafo entre otras lindezas- describe con precisión una sociedad francesa anestesiada que, entre cambalaches políticos en la búsqueda del poder, ve ascender casi al infinito a un partido más que sospechoso: la Hermandad musulmana capitaneada por Mohammed Ben Abbes -el nombre recuerda de manera inevitable a los hermanos musulmanes fundados en Egipto por Hassan al Banna-.

Ben Abbes practica a la perfección la teoría del disimulo: parecer lo que no se es, mano de hierro en guante de seda, y pretende con su Hermandad en el poder la instauración de un califato en Europa, maquillado desde sus inicios para no asustar a los votantes embobados, con una máxima intocable: lo importante no es la economía sino la demografía y la educación. La subpoblación que más se reproduce y mejor transmite sus valores, triunfa. En una sociedad en la que es irrenunciable la enseñanza islámica, quien controla a los niños controla el futuro.

El autor se opone a estas tesis afirmando contundente que, cuando el poder religioso se apodera del derecho de instruir a los hombres, las sociedades caen en el embrutecimiento más vergonzoso. La Sorbona se torna Universidad islámica degradada y mantenida con petrodólares con profesores convertidos al Islam en pos de la comodidad del viento que sopla a favor.

Sumisión, que vio la luz el mismo día del gravísimo atentado contra la revista Charlie Hebdo. Houellebecq, es una muestra andante del peligro que encierra escribir sin emborronar páginas, diciendo cosas que importan. Acusado de islamofobia, se defiende: «No tomo partido, no defiendo ningún régimen». No obstante, alguna carga de profundidad tendrá su obra, tiene que andar con escolta porque el fascismo de todas clases siempre ha sido contrario a la libertad de expresión.

Inquietante novela. ¿El deseo de Sumisión?