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Puertas al campo

Esto es un artículo... o no

Voy a decirle lo que pienso... o no. Curiosa manera de iniciar una conversación en la que el interlocutor no va a saber de qué va el que tal cosa profiere. Pero no tema, no añadiría mucho si después de todos estos dimes y diretes, escribiera que voy a decir lo que pienso... y punto. En efecto, no es lo mismo «podemos aceptar muchas cosas... o no» que «aceptaremos muchas cosas... y punto».

Creo que, piense lo que piense, el párrafo que antecede resume en qué ha quedado la política entre nosotros. Los españolitos (y españolistas, todo sea dicho por mor de la redundancia) sabemos que lo que nos dicen «ellos» no es necesariamente lo que piensan, así que es inútil que añadan el «... o no» o el «... y punto». Es irrelevante. La prueba más evidente es cómo aplican la doctrina de Marx (Groucho, por supuesto) con aquello de «estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros» y que se trasforma en un «estas son mis propuestas. Si no me conviene, tengo otras».

Dos consecuencias. La primera es que no se va a poder votar atendiendo a las propuestas, tan irrelevantes como la presunta sinceridad de «ellos». La segunda, más grave en mi opinión, es que muestra hasta qué punto «ellos» viven en un mundo con sus propias reglas y casi independiente de lo que puedan querer o gustar el resto de habitantes de este territorio (observe cómo evito cuidadosamente decir «este país», «ciudadanía», «nación», «pueblo», «gente» y, obvio, «España» y sus variantes de Estado Español y Reino de España).

No hace falta que insista en que «ellos» mismos niegan sistemáticamente este último punto (el del mundo de «ellos» ajeno al resto, no el del nombre de la cosa). Si les hiciéramos caso, sabríamos que trabajan por el «bien común» o los «intereses generales» o, si cojean del otro pie, por «los de abajo» o «los trabajadores» o «las clases medias», y, si no se sabe de qué pie cojean, dirán que trabajan por la «gente», algo tan concreto y comprensible como lo que dicen los otros y que no vendría mal que lo explicasen con peras y manzanas, no con blablabla. Lo malo es que, volviendo al principio de esta colaboración, es posible que sea realmente lo que piensan y desean... o no.

La primera vez que visité los Estados Unidos estaba en auge el movimiento «hippy» (años 60, que uno ya peina canas desde hace tiempo) y tuve ocasión de conversar con personas que compartían aquellos ideales y aquellas prácticas. La vez siguiente, habían sido fagocitados por las reglas del juego dominantes y sus productos se vendían siguiendo las presuntas leyes de la oferta y la demanda. Lo mismo me sucedió con algunos «verdes» muy alternativos alemanes que afirmaban enfáticamente que había que salirse del sistema: terminaron dentro y muy dentro del mismo, es decir, haciendo gala de su adhesión a los principios que habían denostado años antes.

Volvamos a aterrizar: los «indignados» y las «marchas por la dignidad» encontraron su cauce de representación política, lo cual les desmovilizó en esa línea para concentrar sus esfuerzos en la línea electoral mediante la cual podrían llevar a la práctica sus principios y conseguir la satisfacción de sus demandas... o no. La impresión de la que no puedo librarme es que las reglas del juego electoral(ista) han terminado fagocitando aquellos principios y demandas, con lo que lo que ha sucedido es que estos representantes hayan terminado formando parte del denostado «ellos» al que decían combatir. Ahora se trataría de ser realistas haciendo una política más «sexy».

Lo peor del caso es que los trucos que han usado cada uno de «ellos» para demostrar que la culpa de todo la tienen los otros «ellos» son, en más de un caso, tan evidentemente arteros que se convierten en un insulto a la inteligencia de los que no somos «ellos». Ahí se vuelve a ver lo poco que se fijan en lo que pensamos y hacemos los «otros» y en qué medida viven encerrados en su mundo, encuestas «ad usum delphini» incluidas. Claro, no pueden decir que los verdaderos culpables del desaguisado no son «ellos»: son el resto, los demás, los que votan o se abstienen, que no saben hacerlo como deberían y no aprenden a pesar de las ocasiones de votar que «ellos» graciosamente nos proporcionan, aunque parece que preferirían no tener que someterse a tan engorrosa circunstancia: se bastan y se sobran «ellos» solos... o no.

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