Ojeo el ranking de Sanghai, que clasifica a las universidades en función de determinados datos, y constato que su valor es muy relativo. Creada por la universidad de la ciudad que le da nombre, se utilizó inicialmente para facilitar la orientación de los millones de estudiantes chinos que se preparaban para salir fuera. Pero su interés, como digo, es solo relativo. Poner entre los factores a valorar el número de premios Nobel dice y no dice, depende de si estos profesores ejercen. Si la Complutense tuviera dinero para contratar un Nobel, estaría entre las cien primeras. Más importante que cumplir con las exigencias del ranking es que la universidad ejerza un papel nivelador de conocimientos y que esté en consonancia con las necesidades de la sociedad a la que sirve. En este sentido la universidad española está bastante bien ponderada, con un nivel medio alto y mucho más apegada al terreno de lo que algunos dicen. Los expertos señalan que «España está en una situación igual o mejor como sistema de lo que le corresponde por su financiación». Un ejemplo, y no único: el grupo de investigadores químicos de la Universidad de Alicante es de bandera, pero nunca será destacado en esta liga, que por otra parte tiene una vertiente publicitaria. No hay que olvidar que el movimiento de estudiantes a escala global es hoy día un negocio importante, en el que operan empresas que hacen de intermediarios para colocar a sus clientelas estudiantiles a precios de mercado.

Lo mismo sucede con la clasificación universal de ciudades de calidad, lugares a los que cualquiera se iría a vivir. Pero no está claro que la gente esté dispuesta a irse, más que por unos días, a Helsinki, la mejor valorada entre las europeas, una ciudad indudablemente preparada, bien dotada de servicios y líder en atención a los estudios de los pequeños. Pero hay cosas que no se miden ni se pueden medir. El problema de reducir la calidad al dato es que no permite apreciar los aspectos subjetivos de los pobladores y de otros muchos que buscan un lugar de residencia y solaz.

Alicante, siendo una ciudad que debería entusiasmar a propios y extraños, es difícil, sin embargo, que figure algún día en la lista. Se dirá que la culpa es de los alicantinos, entre los que me incluyo por acción u omisión, que hemos tomado el territorio como un espacio a explotar, y no como un espacio a cuidar y proteger, aportando calidad ambiental y servicios públicos de alto nivel. Tenemos un tema pendiente. Y eso me lleva al proyecto big-data que ha iniciado nuestro Ayuntamiento, consistente en colocar sensores para obtener datos relevantes respecto al tráfico y otros parámetros que, bien filtrados y sistematizados, pueden ayudar a la toma de decisiones para mejorar distintos aspectos de la vida en la ciudad. La duda que me asalta, no obstante, respecto a este punto, es si la opción por este proyecto, entre otros posibles, ha sido una decisión abstracta, descontextualizada, o se trata de una opción que se integra en el marco general de un modelo de ciudad. Pero como tal modelo no existe por ahora, más bien me decanto por la hipótesis de la decisión abstracta (lo que no quiere decir que sea necesariamente mala). Eso sí, ha sido escasamente explicada y transparentada.

Y qué decir del ranking olímpico. En el medallero destacan los estadounidenses, desde luego, pero si nos fijamos un poco y hacemos el ejercicio de fabulación de sumar el oro de los países que forman parte de la UE, excluida por supuesto Gran Bretaña, ganaríamos por goleada, y si sumamos todos los metales estaríamos por encima de States, China y Japón juntos, y aún sobrarían bastantes. El tamaño, en los juegos, importa, así como las concretas individualidades que, en el fondo, son productos globales. Lo más significativo en estos juegos, me parece a mí, es la fuerza demostrada por las mujeres, las auténticas ganadoras. Un salto hacia adelante que ha rubricado brillantemente Ruth Beitia.