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Más Platón y menos Montoro

Vamos a ver colegas y compañeros, vamos a ver, que yo he vuelto a perderme. ¿Para qué se supone que estamos aquí? ¿A qué se debe nuestra existencia? ¿Por qué vivimos una vida plácida y disponemos de despacho confortable con suelo enmoquetado, asesores, recepciones cálidas con agasajos, sueldo público asegurado y trajes con corbata o fular según se tercie? ¿Para qué? Pues para hacer felices a los ciudadanos. ¿No? Somos políticos para «procurar la felicidad de la polis», que es lo que dijo Platón hace ya unos cuantos siglos. Cuestión aparte es si eso es lo que estamos haciendo. Yo ya no lo sé. De ahí vienen todas mis dudas.

Sí, sí, ya sé lo que vais a decirme. Que eso de Platón os suena a manual trasnochado de la ESO (para algunos, de BUP: qué mayores nos hemos hecho); que soy un pedante vais a decirme también; y que deje ya de daros la murga, que tenéis muy ocupada la mañana con reuniones, convenios y sesiones de fotos con la prensa; y que me calle, ya lo estoy viendo, vais a decirme también que me calle.

Pero yo, compañeras y colegas, no puedo callarme. Me corroen las dudas. Si no es por lo que dijo Platón, ¿qué sentido tiene todo esto? Llamadme si queréis crítico, díscolo, afearme que estoy minando los pilares del partido o abrirme un expediente de expulsión, pero Platón tenía razón. Y como la tenía, yo no entiendo (os lo digo en confianza, no son declaraciones oficiales, por favor nada de grabadoras, no joderme) por qué esa insigne mente tan brillante que tenemos como ministro de Hacienda, don Cristóbal Montoro, tiene paralizados sólo en la provincia de Alicante 200 millones en inversiones de los ayuntamientos por culpa de su ley de ajuste permanente, de recorte eterno. 200 millones que podrían servir para educación, sanidad, cultura, bienestar social o deporte, las cosas que le otorgan la felicidad a la gente. O sea, a los que nos votan. O sea, a los que nos pagan.

Sí, sí, ya sé lo que vais a decirme ahora. Que nuestro preclaro dignatario hizo esa ley (Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local se llama la criaturita) por una buena causa: para que de una vez por todas nuestros consistorios dejaran de despilfarrar. Pero, hombre, yo creía que eso del despilfarro era otra cosa: era lo que procuraba la felicidad no a todos sino sólo a unos cuantos; era lo que pasó durante tantos años; eran aeropuertos vacíos, carreras de coches, yates de alta eslora, sobrecostes y demás pelotazos. Pero, ¿tampoco hay que gastar en lo que es para el pueblo a pesar de tantos ayuntamientos que durante esta era de sacrificios hicieron sus deberes y tienen ahora al fin euros que invertir en felicidad?

Y, por si fuera poco, ¿no dice el más preclaro de los preclaros, el presidente (en funciones) Mariano Rajoy, que gracias a nuestra acertadísima política económica estamos saliendo de la crisis? ¿Entonces? ¿A pesar de eso hay que seguir negando la alegría desde nuestros despachos?

Ah. Me decís que Platón y otros tipos de su calaña son peligrosos. Que por eso, otro de nuestros insignes cerebros, el exministro José Ignacio Wert, ya quiso cargarse las horas de la filosofía de nuestros institutos. Que eso era por algo. Para que nuestras futuras generaciones dejen de hacer preguntas estúpidas como las mías. Y que me calle de una vez, me decís.

Y de una vez yo me callo. Al fin y al cabo soy un hombre de partido. Disciplinado. Pero sigo teniendo un gusanillo aquí que me corroe el estómago y no sé si va a dejarme disfrutar de la comida oficial que tenemos en un rato. Ay. Qué duro es esto de ser político. Sí, ahora pasa mi coche oficial a recogernos.

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