Con ocasión del 90º Aniversario del Hércules en el año 2012 escribí unas líneas, parte de las cuales reproduzco al encontrarlas muy apropiadas para la Liga que se inicia y que debería devolvernos a la Segunda División.

El Chepa dio el pistoletazo de salida a una larga historia que no tiene una esperanza de vida marcada de antemano. Carece de fecha de óbito predecible, y sólo sus cimientos, una buena gestión y una afición fiel permitirán que no exista duelo y tenga una vida infinita. Difíciles momentos ha atravesado el Hércules, y éste, en particular, está plagado de grises, recién descendidos tras una larga travesía en el desierto y un efímero disfrute en la aristocracia de las Ligas Mayores, a lo que se suma un concurso de acreedores con cifras de deuda preocupantes; pero puestos a elegir, prefiero la botella medio llena, la esperanza a la melancolía, la del gol balsámico en el minuto 91, la de los vestuarios comprometidos y unas buenas batutas que eviten los desafinados y armonicen los decibelios arrítmicos mientras se convierten en la fantasía que alimenta los sueños.

Siempre he mantenido que en el fútbol existe un decálogo de acciones que deben emprenderse para lograr el éxito. No garantiza que el cumplimiento escrupuloso de los protocolos sea sinónimo de su consecución, pero incumplir alguno de sus mandamientos siempre conduce inexorablemente a la autodestrucción. Nuestra historia está plagada de los extremos, desde una presidencia que nos llevó a una situación de privilegio en que la Primera División era nuestro domicilio habitual, hasta llegar a conocer extravagantes pueblos ignotos de varias comunidades en nuestro lamentable devenir por la Segunda B; todo conforma nuestra historia, desde lo más sombrío hasta un gol de Sanabria en el Bernabéu o un córner olímpico de Kempes.

Por eso me gustaría volver con nostalgia a los tiempos pretéritos a las SAD, quiero retornar a la época en que los colores, el escudo y los sentimientos eran el único patrimonio reconfortante que atesorábamos. Bendita pobreza diría yo, porque administrar escasos recursos nos obliga a leer nuevamente el catón de la caja de los sueños cuya palabra de paso previa a su apertura era ilusión, justo la misma que hace ya 94 años sedujo a una persona, que con deformidad física, convirtió ésta en un motor de dos tiempos cuyas revoluciones no han dejado de girar de forma ininterrumpida, más lentas y con entradas en taller de reparaciones, o aceleradas conforme nuevos ingenieros iban incorporando mejoras al original. El Chepa para nosotros no es un jorobado repulsivo al que pasar un décimo de lotería por su espalda, sino un símbolo talentoso de que las dificultades sólo se superan con épica, esfuerzo, imaginación, coraje y perseverancia.

Enlazo lo anterior con algo que, creo, todos hemos seguido estos días con creciente adoración conforme el tiburón de Baltimore, Michael Phelps, seguía llenando el cofre de medallas hasta llegar a las 28 acumuladas en las Olimpiadas celebradas en Atenas, Beijing, Londres y Río. No ha sido un camino de rosas, tras Londres, la grandeza física se tornó en galerna y de los cielos bajó a los avernos más tenebrosos en una espiral de drogadicción, alcoholismo y autodestrucción, que le aproximó al suicidio. Tras haber cruzado varias líneas rojas, volvió a la vida, se reconcilió con su esposa, entró en la paternidad que él no tuvo, y volvió con su entrenador jurando acatar todo lo que se impusiera hasta volver a ser una leyenda viva.

Estos dos ejemplos representan la vidriera emplomada de personas que se van renovando, se suceden y que alimentan los sueños que nunca mueren, prestidigitadores, ilusionistas que crean efectos que el resto de los humanos no somos capaces de descubrir las razones físicas o lógicas que las sustentan. Que la magia nos acompañe este año.