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Carlos Franganillo

No entiendo a Carlos Franganillo, el corresponsal de TVE en los Estados Unidos. Me cuesta entender lo que dice, asimilar el contenido de su discurso, interiorizar toda la información que acumulan sus mensajes. Y llamo la atención sobre este caso por su tremenda singularidad. Franganillo es, sencillamente, impecable. Sus entradillas y sus textos acerca de las noticias que comenta podrían transcribirse textualmente, sin que sobrase un punto ni una coma, y quedarían perfectos. Pero, ay señores, resulta que el periodismo televisivo no es el equivalente al periodismo escrito. Ahí radica la complejidad del asunto, ahí su riqueza. La lengua tiene suficientes aristas invisibles como para que ocurran estas cosas.

Perdón por señalar, y mi máximo respeto por Franganillo, un profesional como la copa de un pino, que no está donde está por casualidad. Pero hablando en positivo, y por contraste, permítanme que cite a Marisa Rodríguez Palop. Para mí, está en el otro extremo. Sus piezas tienen música. Sí, el genio de la lengua, ese genio del castellano del que tantas veces habló Álex Grijelmo, que hace que el sentido de las palabras fluya, está intrínsecamente unido a los mensajes de la actual corresponsal en París. No es que a Marisa se le entienda todo. Es que su discurso se sigue con delectación y sin esfuerzo alguno. Íñigo Herráiz, desde Lisboa, sería otro de los que están muy arriba en su particular ranking. Es rotundo, gramaticalmente impecable. Pero, y eso es lo más importante, en ningún caso confuso.

Más ejemplos. Óscar Mijallo también me distrae. Su información va camuflada en el discurso. Se le oye a él, no lo que dice. Y hay que descifrarlo. Claro, que también le ocurría, en otro estilo, a la mitificada Calaf, y ahí está. Hay gustos para todo.

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