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Premios, desencastes, Lorca y sus incongruentes

La canícula agosteña encara su último tercio en nuestra ciudad con los ecos del final del abono sanjuanero, ya saben, esa solitaria novillada en que ha quedado la que antaño fue denominada como miniferia, con nombres de postín a cuyo reclamo acudía numeroso público que, en ocasiones, incluso llenó los tendidos del coso de la plaza de España. Otros tiempos, otras personas, otras preferencias.

Quedaban pendientes por fallar algunos premios por parte de esos diferentes jurados de entidades que tanto afán ponen por mantener prendida la débil llama taurina cuando los clarines y timbales ya mudaron largo tiempo atrás, cuyas entregas poblarán el largo y mustio invierno taurino. No solo merecen respeto, sino admiración. Los del Club Taurino de Alicante fallaron su «Ángel C. Carratalá» en favor de Borja Álvarez por su actuación el pasado día 7, amén de conceder una mención especial al subalterno Manuel Martínez Cortés «Lolín», gracias a cuya celeridad y valentía no fue a mayores el percance sufrido por Manuel Escribano. «Lolín» taponó con su propio puño la herida de la que manaba abundante sangre hasta que dejó al torero en manos del equipo médico comandado por el Dr. José María Reyes, que a su vez ha sido reconocido por la Asociación Cultural Taurina «Puerta Grande». Este colectivo ha premiado a su vez al novillero Jorge Rico por su actuación en la ya mencionada novillada agosteña, quedando así reconocidos los dos chavales que fueron sacados en hombros aquella tarde. Y para acabar con las distinciones, la Peña Taurina «Pacorro» ha premiado a la ganadería de Daniel Ruiz por el encierro lidiado el 23 de junio, mientras que el galardón al «Mejor Torero de Plata» ha reconocido al banderillero Álvaro Oliver. Magnífica la actuación de Álvaro en la novillada tanto con el percal como con los palos. El primer par de banderillas al sexto de la tarde, de poder a poder, resultó emocionantísimo y levantó al público de sus asientos. Buen profesional este alicantino, que está cuajando una magnífica temporada principalmente a las órdenes del murciano «Rafaelillo».

Y pasando los límites locales, las ferias agosteñas siguen lanzando como triunfador en cuantas plazas pisa a ese Roca Rey que se recupera estos días del último volteretón sufrido en Málaga. Y también dejan que se asomen, entre el marasmo de festejos, algunos de esos hierros olvidados por el torerismo moderno y que fueron fuste taurino no tanto tiempo atrás, como los «pablorromeros» de Partido de Resina, los «pedrajas» de Isaías y Tulio Vázquez, los «veraguas» de Prieto de la Cal, los «santacolomas» de Pilar Buendía, o hierros personalísimos como Miura, Flores Albarrán, Dolores Aguirre, Adelaida Rodríguez, Araúz de Robles... Quienes se han encargado de «desencastar» la maravillosa variedad del toro en la plaza seguramente argumentarán el mal juego de algunas reses de los hierros mencionados, pero nada dirán de mansadas completas lidiadas bajo los reputadísimos nombres de Garcigrande, Juan Pedro Domecq y muchas otras del monoencaste imperante, por no aburrir.

También hemos vivido en estos días el octogésimo aniversario del asesinato de Federico García Lorca a manos fascistas, aquel trágico 18 de agosto de 1936. Eran los albores de una guerra fratricida e incivil. Desde izquierdas y derechas se han encargado de recordar decenas, si no cientos, de certerísimas frases y aforismos de todo tipo y temática asociados al escritor granadino. Pero ninguno de esos modernos arribistas ha osado hacer suya no ya la frase manida sobre la tauromaquia como arte ensalzado por el preclaro poeta o su triste caída final junto a dos banderilleros tan «rojos» como él, sino sus lúcidas reflexiones sobre toreo y vida que no solo salpican, sino vertebran también algunos de sus escritos. Aun así, quizá lo que mejor se puede aconsejar a todos aquellos que recuerdan ramplonamente estos días a Lorca, taurinos o no, es que lean su obra. Leer es el único antídoto contra la ignorancia. Y entonces quizá comprendan muchas cosas.

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