Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Indignado Burgués

Lágrimas en la lluvia

Es una verdad como la catedral de Burgos que nuestra patria es nuestra infancia. Estos días, por una serie de circunstancias, he estado visitando el barrio en el que viví y además de verlo todo mucho más pequeño, encontraba un recuerdo para cada esquina: el portal donde vivía aquel amigo que me descubrió a Simon & Garfunkel, el solar -que ya no lo es- donde me clavé un clavo en salva sea la parte, el lugar en el que estaba el tenderete del pipero al que compraba chicle Bazooka y Toffees (que me parecían el no va más de la sofisticación chucheril)?

Colmo de sentimentalismo fue situarme debajo de la farola donde mi padre aparcó su primer coche y nos llamó a gritos para que bajáramos. Allí situado a mi hermana y a mí nos pareció una pasada, siendo un modesto Seat 850 en un espantoso gris panza burro, porque no se podía elegir color en aquellos tiempos. Pero habíamos entrado en la modernidad.

La ventaja de escribir es que puedes tratar de dar una apariencia de permanencia a los recuerdos. La escena a la vez más bella y más terrible del cine me parece el final del replicante de Blade Runner cuando agonizando hace balance de los recuerdos que se le escapan y se da cuenta de la fugacidad de su vida y de cómo su pasado se perderá como lágrimas en la lluvia. Yo no he visto Rayos C brillar en la oscuridad más allá de la puerta de Tannhauser, pero me he dado cuenta que mis recuerdos de infancia son tan ciencia ficción como los del Nexus-6. Y son en blanco y negro, es curioso.

Para nada añoro el pasado, qué va, por lo menos ese pasado de meriendas con pan con chocolate y disciplina espartana en el colegio con clases de religión de antes del Concilio de Trento, cánticos de «Montañas Nevadas», «Prietas las Filas» y mayo «con flores a María». Esa educación tan retrógrada que nos infligían algunos en comparación con los brotes verdes que nos descubrían otros. Eso sí: nunca abiertamente, porque flotaba un miedo real y el profesor de literatura podía recitar los poemas menos comprometidos de Machado o Lorca, pero absolutamente descontextualizados de sus ideas y su época histórica . Y se estudiaba a Pemán, qué tipo tan pelma, que hasta cantábamos el himno de España con su letra: «Alzad los brazos hijos del pueblo español que vuelve a resurgir» (¿?). Resurgía poco en aquel tiempo, la verdad.

Revisitar el barrio de tu infancia te ayuda a recordar que lo que eres es consecuencia de lo que fuiste, porque al final viene a ser verdad lo que decía el ogro de la profesora de física -«La Constanza»- que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Es evidente que mi actual resistencia a la autoridad viene del pasado, donde quien la tenía la ejercía con despotismo nada ilustrado y se las hacía pasar canutas al que estaba por debajo, en una cadena infinita de agravios y rencores. Con lo que se demuestra que los que quisieron hacer de mí un nacionalcatólicoburgués me transformaron a su pesar en el anarcoburgués en el que me he convertido.

Me gustaría que me vieran ahora, escribiendo en un pupitre de madera anterior a mi época colegial, con espacio para dos alumnos, el hueco en el centro para un tintero y un espacio a cada lado para las plumillas. Yo soy ya un niño de bolígrafo Inoxcrom, pero con o sin tintero el pupitre con asiento de listones de madera es idéntico al que me maltrataba la espalda -y el culo- en jornadas maratonianas de 9 a 2 y de 4 a 6. Para ser sinceros, es una incomodidad, porque el plano inclinado hace resbalar mi Mac y como se me caiga me va a oir el diseñador de este banco de torturas.

Cerrando el círculo, mi patria es mi infancia, pero hay que ver el frío que hacía -en Madrid- en mi niñez, lo incómodo y gris que era todo y lo difícil que resultaba hacer cualquier cosa distinta de los caminos marcados. Lo único bueno es que estaba todo por hacer, lo malo es que seguramente nunca nos dará tiempo -o nos dejarán, o podremos- hacerlo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats