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Isabel Vicente

CON OTRA CARA

Isabel Vicente

Lágrimas de cocodrilo

Habría que ser de piedra para quedarse indiferente ante la imagen de Omran, el niño sirio de 5 años que el jueves apareció en todos los informativos sentado en una ambulancia, serio y con la mirada perdida cubierto de sangre y polvo tras haber sido rescatado entre los escombros de una vivienda bombardeada en la ciudad siria de Alepo. «El niño que conmueve al mundo», «Símbolo de la barbarie», «La imagen de la guerra»... son varios de los titulares que acompañaban a la fotografía del pequeño. Las fotos y el vídeo del crío herido, conmocionado, como alucinado, se han compartido miles de veces en las redes sociales. Lógico. Todos hemos pulsado al emoticono que refleja tristeza. Todos nos hemos indignado, lamentado y llorado por Omran. Esto no puede ser, hay que hacer algo, es horrible...

Lo mismito, lo mismito, que hicimos hace menos de un año ante el cadáver de Aylan Kurdi. ¿Se acuerdan? Sí, ese niño de tres años cuyo cadáver vestido con una camiseta roja y unos pantalones azules apareció en una playa turca, tras ahogarse junto a otros muchos refugiados, entre ellos su madre y su hermano de cinco años, al intentar llegar a Grecia en una lancha huyendo de la guerra en Siria. Muchos entonces criticamos la política europea hacia los refugiados, clamamos por hacer algo en Siria para acabar con esta sangría y, en el mejor de los casos, nos apuntamos a alguna ONG de ayuda al refugiado. Aylan fue el símbolo en 2015, como Omran -con más suerte porque al fin y al cabo está vivo- es el símbolo de 2016. Eso sí, sólo por un ratito. Al día siguiente volvemos a ponernos histéricos ante un partido de ping pong en los juegos de Río, y nos volvemos a plantear qué votar si al final esta panda no se pone de acuerdo y hay otras elecciones en Navidad.

Supongo que es normal. Si sintiéramos como algo personal cada desgracia, cada víctima de la guerra, cada mujer asesinada por su pareja, cada injusticia... no nos levantaríamos de la cama. La sobreinformación y la rapidez con la que pasamos de unas cosas a otras nos va inmunizando frente a las desgracias. Somos capaces de digerir al mediodía junto al plato de lentejas los 30 muertos del último bombardeo en Oriente Medio, las 200 víctimas de las inundaciones en Asia y el entierro de la última víctima de violencia de género que dan en el informativo de la tele sin inmutarnos. Solo nos paramos unos minutos ante una imagen de impacto, nos lamentamos y nos indignamos para de inmediato pasar a otra cosa sin hacer nada ni exigir nada a quienes pueden hacerlo. Estos días ha sido la foto de Omran como antes fue la de Aylan. Veremos a quién convertimos en símbolo en 2017.

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