Como todas las prohibiciones me desagradan, salvo por razones de salud y debidamente justificadas, no comparto que a las mujeres árabes se les prohíba, como ha hecho Francia, bañarse en «burkini» en la playa, si así lo desean. Aquí, afortunadamente, la polémica no se ha importado y las mujeres árabes en la provincia de Alicante se bañan cubiertas con normalidad en la playa, sin que nadie tenga algo que decir. A mí no me ofende, es su decisión; igual que la mía es hacerlo en bañador y la de otras, en bikini, en trikini o en topless. La playa es de todos y, sobre todo, es para disfrutarla sin complejos ni prejuicios estéticos o religiosos. Cada cual debe bañarse como quiera o pueda, lo mismo una mujer árabe, que una asiática, una gitana o una sueca que trata de no quemar su nívea piel al sol. Cada uno tiene sus razones y son igual de respetables y válidas. En el fondo, cómo vistas es lo de menos cuando de lo que se trata es de vivir la experiencia de libertad que te ofrece el mar, algo que nadie debería coartar.