Las cosas cotidianas del día-a-día nos resbalan cada vez más porque las confundimos con la rutina. Nuestro nivel de curiosidad solo se dispara cuando nos sorprenden violencias y atrocidades realmente superlativas, porque ya nos hemos acostumbrado a convivir con esas violencias ¿sin importancia? que se producen cada día, y que conforman una película coral que describe las relaciones que, en cada momento histórico, definen las miserias y grandezas de cada época.

Un día sin importancia... la vida de una joven que es completamente lo contrario a lo que debería ser..., una terrible historia que nunca debería haber ocurrido..., una joven de 16 años ha sido violada repetidamente por un grupo de 6 hombres que, para dejar testimonio y constancia de su proeza, lo registran en vídeo con un teléfono móvil.

La joven llama a las puertas del ordenamiento legal de su país, con la esperanza de que se haga justicia, pero la respuesta que se le ofrece desde el sistema es más terrible que el hecho denunciado, porque queda en entredicho si es o no víctima de violación: a pesar de las numerosas evidencias en su contra, los violadores quedan en libertad con cargos. Finalmente, la terrible revictimización de que es objeto, la lleva a adoptar una decisión extrema: poner fin a su vida, quemándose a lo bonzo. Nadie la defendió, ni le ofreció ninguna respuesta solidaria para respaldarla en su decisión de romper el silencio y entender por lo que estaba pasando... Las víctimas de una violación sienten temor, culpa, odio, vergüenza y desconfianza.

Este no es un hecho aislado. Una sencilla búsqueda por internet destapa una realidad incómoda que hay que incorporar a la primera línea del conocimiento colectivo y que es un terrible testimonio de cómo las víctimas de violación en el siglo XXI sufren un gran estigma y soportan un sistema de justicia penal en muchos sentidos arcaico e insensible. Por solo mencionar dos casos similares de los que sí que existe noticia cierta, ya en 2013, en la India, otra joven de 16 años se quemó a lo bonzo tras ser violada. En 2014, una joven de 17 años, en Madrid, se ahorca tras ser violada y quedar el violador libre.

La desesperación de la víctima agredida, asaltada, vejada, sometida, humillada, forzada, amenazada, coaccionada... por una horda de violadores que se animan y se jalean entre ellos, reforzando la conducta violenta como una meta de logro a alcanzar es indescriptible. Quienes hemos atendido a mujeres y niñas que han pasado por esa situación sabemos que es algo extremo en todos los sentidos y que en algunos casos la víctima no soporta esa pesada losa y termina suicidándose. El caso de la mujer marroquí que el año pasado se suicidó tras ser obligada a casarse con el violador, medida que le exculpaba legalmente del hecho criminal, es un claro ejemplo de ello. Desde ese momento hasta su muerte, esta mujer se vio obligada a convivir «como si no hubiera pasado nada» con su violador.

En estos días estamos conociendo con más detalle la brutalidad de la horda de violadores que en Pamplona, aprovechando la festividad de San Fermín se cebó sobre una mujer. ¡Qué envidia nos dais!... ¡Esos son los viajes guapos!, son los titulares que por WhatsApp estamos conociendo del resto de «la manada», aquellos otros correligionarios de estas marcadamente crueles e inhumanas acciones que, por lo que dicen, de buena gana hubieran secundado y ejecutado, de encontrarse in situ.

Si una mujer denuncia una violación, la investigación policial y el juicio subsiguiente nunca deben suponerle una nueva crisis. Por eso, la recuperación de las víctimas de violación no sólo se vincula al esfuerzo de los familiares o profesionales directamente involucrados, sino que requiere de una toma de conciencia de toda la sociedad en relación a las construcciones de género que aún hoy contribuyen a crear sentimientos de culpa y de vergüenza en las mujeres violadas.

Especialmente los hombres no podemos permanecer indiferentes frente a estas atrocidades. Hay que empezar a dar decididamente la cara por las víctimas desde este mismo momento. Hay que empezar a plantearse las preguntas correctas para poder responderlas con claridad y contundencia y poder transmitirlas para que nuestro futuro individual y colectivo sea mejor que nuestro presente. Buenos días y buena suerte.