Agosto rompe en fiestas. La piel de toro bulle. La gente se echa a la calle, toma terrazas y playas, chiringuitos y bares de copas. España es una fiesta por estas fechas. No hay territorio, no hay provincia en la que alguna población no celebre sus fiestas patronales. La tradición rompe barreras, con natural transversalidad. Exordio de acuerdo para que todos participen del jolgorio. Andanzas y pitanzas en plena canícula, agotando periodos vacacionales. Playas a rebosar que igualan a todos, en las que la muchedumbre oculta la condición. Nadie se cohíbe, críos y mayores disfrutan a la par. Familias colindantes tratan de romper olas; castillos en la arena y caminos sin huellas que la mar borra cada vez que regresa adentro. Festivales, teatro al aire libre, música para todos los gustos, de Iglesias, Julio, a Raphael pasando por el jazz que inunda nuestras ciudades, vaquillas a gogó, castillos en el aire. Año tras año agosto repite escenas y escenarios. Menos este, donde un nuevo teatro, en la Carrera de San Jerónimo, se une a la comedia, que no a la fiesta.

Tras dos elecciones, tras una investidura fallida, tras el advenimiento de nuevas organizaciones en el hemiciclo, tras el principio del fin o el fin del principio del bipartidismo, tras dos victorias de los populares a más, tras dos derrotas de los socialistas a menos, tras la pérdida de valor del adanismo, tras la comprobación de que lo de hoy es más difícil de articular que lo de ayer, tras una investidura fallida de formación de Gobierno imposible, tristemente comprobamos que o los que vinieron a zurcir los descosidos de nuestras instituciones nos mintieron y no saben coser, o en cuanto se hacen con el acta y son su escaño son tal cual como los de siempre, como todos los que estamos fuera, como todos los que nunca fuimos ni seremos representantes del pueblo soberano. Porque sin duda ahí radica el primer error, nos creemos distintos y distantes unos de otros, y estamos mucho más cerca de lo que estamos dispuestos a aceptar, nos creemos superiores y no nos damos cuenta que, en el Congreso de los Diputados, además de igualarse al ras de derechos y obligaciones, quienes ocupen sitio en esa casa de todos, han adquirido el compromiso con los ciudadanos, con los contribuyentes, de legislar para su bienestar. Mas sin gobierno no hay legislatura, ejecutivo y legislativo se estancan. O hay entendimiento de mayorías, o del modo o manera que la legislación vigente marque nos veremos abocados a terceras elecciones. El pueblo, soberano, volverá a tener la palabra, y con sus votos decidirá si siguen las cosas tal cual o abre tendencias para resolver el jeroglífico cameral.

Y en esas estamos cuando uno de los neonatos rompe la baraja de su propia imposición, de su vínculo coactivo, y anuncia con el protagonismo que se ha impuesto en los salones adyacentes al hemiciclo, con todo el boato de los medios de comunicación a su disposición, que haciendo un esfuerzo bíblico, por España y los españoles, está, él y su formación, dispuestos a cambiar, a dar un giro de ciento ochenta grados a su posición, de igual modo anunciada en anterior comparecencia pública, y del no en primera votación, se entiende a la investidura mariana, y la técnica abstención en la segunda, podrán, cuidado con el tiempo verbal, o están dispuestos a llegar al sí, no sabemos si en primera o segunda, si el candidato, que el Rey ha propuesto, y la organización que lo presenta, tienen a bien atender unas propuestas como preludio a una negociación de calado que dé paso al posible y probable cambio de postura para mayor gloria de los españoles. Rivera saca y Rajoy, para devolver la pelota, hace de la prisa una contienda, y se la queda en su tejado hasta que una semana se cumpla. Qué pena que ninguno tenga trazas de Nadal. Ni por asomo.

Las condiciones ciudadanas, seis propuestas seis, para sentarse a negociar, de entrada, parecen asumibles. Unas porque no dependen únicamente de los interlocutores. Su suma, esa puñetera aritmética de la que muchos abominan, pero que preside casi todo lo razonable de nuestras vidas, no da, no llega, y si lo hiciera tampoco sería deseable acuerdo tan raquítico para leyes o decisiones de tal importancia como una nueva ley electoral. Seis propuestas en busca de un presidente, más un apéndice del que cuelga la investidura, el traje a medida del candidato, que algunos intentan que lo cosa aquel sastre de Camps, de cuyo nombre ni me acuerdo ni tengo interés en buscar por internet. Y entonces aparece en escena, «Luis el cabrón» para enmierdarlo todo. Ciudadanos, en pose adalid de la regeneración de la nación, lanza su órdago contra la corrupción. Que quienes deban, den explicaciones en sede parlamentaria, en paralelo a las de los tribunales de justicia que previsto lo tienen para el otoño entrante. Las den, quienes, de haber tenido contacto y negocios con Bárcenas, queden obligados a hacerlo en comisión de investigación en la calle San Jerónimo. Si todo es aceptado tal cual, sin oportunidades de concretar, de clarificar, y los del rotundo no, no revierten posicionamiento, aunque sea forzando la aritmética, tendremos teatro en la Carrera de San Jerónimo, y no será en el Reina Victoria.