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Puertas al campo

Populismos

La palabra se ha hecho, disculpándome por la redundancia, popular. Son populistas los xenófobos en la repetición de las problemáticas elecciones austriacas que habían perdido y son populistas los euroescépticos ingleses que han ganado el «Brexit». Por lo menos, eso dicen los periódicos que utilizan dicha palabra. Pero hay más.

Son populistas el venezolano Maduro (faltaría más) como lo fue, con mucha más razón, su antecesor y protector Chávez. Evo Morales está en la lista. En España se ha tildado a Podemos de populista. Y si se googlea «populismo», lo primero que sale es la larga sucesión de «populistas latinoamericanos» que podrían estar encabezados por los peronistas desde Perón a los Kirchner.

Pero Putin, también ha sido calificado como tal y, para colmo de mi perplejidad, he leído la atribución de dicha etiqueta tanto a Donald Trump como a Bernie Sanders, aunque no a Hillary Clinton ni a Barack Obama. Eso sí: ha habido discusiones sobre si este último lo es o no lo es. Que Trump y Sanders hayan recibido el rótulo de populista hace ver que no estamos hablando de una sola dirección ideológica en el casillero derecha-izquierda. Algo tienen que tener en común para que hayan entrado en el mismo... cajón de sastre.

El viejo diccionario de política que coordinó Norberto Bobbio define populistas como «aquellas fórmulas políticas por las cuales el pueblo, considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y objeto constante de referencia». Es, dice, más un «síndrome» que una doctrina precisa, siendo, más bien, ambigua. Como ambiguo es el término «pueblo» del que se nutre y en el que se legitima, recibiendo de él las indicaciones de por dónde ir al ser su representante legítimo, con independencia de lo que digan las elecciones, si es que su existencia política se basa en elecciones.

Pocos partidos o movimientos se declaran populistas. Hubo, sí, un Populist Party en los Estados Unidos de finales del siglo XIX. Aparecía después del movimiento que, probablemente, produjo el término, a saber los narodniki rusos (narod, en ruso, significa pueblo) opuestos desde 1860 a los internacionalistas zapadniki y, por supuesto, a los obreristas marxistas.

Mucho ha debido de llover entre aquellos Populist y los trumps y sanders de ahora y entre los narodniki de entonces y los putin de ahora. Probablemente, el término que los acompaña es el de pueblo... que no sabemos en qué consiste como resulta difícil saber qué son exactamente sus sustitutos como la «nación» para los nacionalistas (españolistas o separatistas, no importa), la «gente» (como decían en Podemos antes de descubrir «electorado» y pasar de movimiento a partido) y demás genéricos supuestamente homogéneos, fuente de valores para unos y otros.

Si proseguimos con los sustitutos (como puede ser «país», «ciudadanía», «multitud», «raza», «99%») se podría llegar a la conclusión de que todos los partidos, en democracia o autocracia, son populistas. Todos, de una forma u otra, hacen referencia a entidades abstractas que se presentan como concretas y legitiman las acciones de quien las perpetra. Ya puestos, sería populista el que se cree legitimado por (su) Dios, objeto constante de referencia, por mantener las palabras que se usan en el diccionario que he citado.

Pues no. Populismo sirve para un roto y un descosido. En la actualidad, es una forma de descalificar al contrario: populistas suelen ser los otros. Tiene la misma función argumental que «facha» en nuestros contextos o «progre» también entre nosotros («rojo» ya no se usa, vaya usted a saber por qué). Etiquetas con definiciones vaporosas que pretenden evitar discutir sobre contenidos. Claro, nadie se va a autoclasificar como «facha» o «fascista». Queda mal. Pero como todavía «progresista» podría sonar bien, se pasa a lo de «progre» al que José María Aznar añadió el calificativo de «trasnochado» para completar la faena.

Con populista también hay una tendencia a acompañarlo con algún calificativo. Populista xenófobo, euroescéptico, bolivariano, extremista, conservador, cristiano y seguro que hay más. Pero, en general, lo que suele haber es una definición propia (típico de académicos) que permite hablar bien de él (y hasta de la «razón populista») o mal según convenga.

Así que si se me escapa usar el término, procuraré hacerlo entre comillas subrayando el hecho de que es otro el que lo atribuye, para bien o para mal, a quien le ocupa o conviene. A mí no me sirve, aunque me sirven algunos análisis que se hacen a partir de las diversas definiciones de esa palabra.

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