«Lo importante es participar». Esta expresión nos ha perseguido desde que el Barón de Coubertin la lanzó como lema del espíritu olímpico. Pero ese mensaje, tan generoso y tan humilde, ha sido el causante de algunos errores.

Si no distinguimos primero entre deporte de competición y deporte de entretenimiento, se plantea un problema en la interpretación de la famosa frase. Para un competidor la participación no es que sea importante, es indispensable. Lo verdaderamente importante es el deseo de vencer y la capacidad de poner los medios para intentar conseguirlo. La progresión en la adquisición de habilidades, no se puede conseguir sin el empuje que da tener unos objetivos y comprobar periódicamente la situación de cada uno con respecto a los demás.

El primer puesto es para uno solo pero todos pueden intentar alcanzarlo. No tiene sentido participar en una competición con el espíritu de perdedor. Durante mucho tiempo la participación en un campeonato de Europa o del mundo, y no digamos en unos Juegos Olímpicos, era ya un premio suficiente. Pero los competidores actuales han modificado esa mentalidad. Ya saben que los españoles también pueden ser primeros y que lo importante es estar entre los vencedores.

Pero como no es igual el rendimiento objetivo de un adolescente que el de un hombre de 25 años, el de una mujer de 57 kilos que el de un varón de 100, las competiciones se establecen con categorías bien definidas.

Y, al igual que existen estas clasificaciones por sexo, por edad, por peso, dentro de un mismo deporte pueden hacerse por modalidad. Es el caso de deportes como el atletismo y la natación. Y cada vez se ve más la diferencia morfológica entre los participantes de la distintas especialidades dentro del atletismo. Nada tan diferente como cualquier saltadora de altura y cualquier lanzadora de peso. O entre un velocista y un corredor de maratón. O una gimnasta y una judoka. Lo vamos a seguir viendo estos días.