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Arturo Ruiz

Oro en la oscuridad

Jornadas de doce, catorce horas de entrenamiento anónimo en gimnasios solitarios y piscinas remotas, sin que ningún periodista se acerque por allí, bregando contra la falta de ayudas, llegando tarde a casa sin ver a los tuyos. Hasta que vuelve este invento que urdieron hace ya milenios unos cuantos tipos griegos que hablaban con los dioses y entonces se hace la luz. Y se aprovecha el momento. Y tenemos a Maialen Chourraut, que ha hurtado un oro al destino derrotando torrentes furiosos con un remo mientras se dedicaba también a ser madre, y que por eso denuncia, en el único instante en que puede hacerlo porque el mundo le hace caso, la falta de conciliación laboral que sufren tantas otras madres ignoradas que no han podido dialogar con los dioses. Y tenemos a Lydia Valentín, proclamando el abandono que sufre un deporte forjado a base de aguantar platos de hierro y quemar riñones, y del que apenas existen dos mil licencias en todo el país. Y de pronto aprendemos que existen las aguas bravas y qué es una carga mientras alguien empuña una barra de acero, antes de que olvidemos estas cosas hasta dentro de cuatro años, cuando los dioses vuelvan a despertarse.

Esto es el olimpismo: mujeres que luchan solas contra sí mismas lejos de los focos del deporte comercial al uso por el que un jugador multimillonario es noticia sólo por cambiar de peinado. Esto es otra cosa. Es oro en la oscuridad. Mireia Belmonte se convirtió en la primera nadadora mayor de 24 años en ganarlo en los doscientos metros mariposa, una disciplina que al parecer no es para viejos porque obliga a desgastar al máximo un sinfín de músculos provocando un cansancio extremo al que sólo pueden enfrentarse las nadadoras más jóvenes, como la australiana Madeline Groves, de veinte añitos. Belmonte derrotó a Groves por 3 míseras centésimas porque hizo de la veteranía un grado y se mostró más inteligente en la prueba. Más experta. Así, la nadadora catalana dio voz, en esos escasos segundos en los que el oro brilla, a otro grupo de gente anónima, esa a la que los años en el carnet de identidad le suponen un peso invencible a la hora de buscarse la vida y el trabajo, rechazados por quienes denostan la sabiduría insustituible de la experiencia, un valor hoy a la baja. Belmonte volvió a ensalzarlo. Por eso ganó. Al fin y al cabo, los dioses griegos tampoco eran ya unos niños.

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