Los Juegos Olímpicos han sido siempre cosa de hombres. De hecho, en cada edición se consagra un rey de los mismos. Las reinas quedaron relegadas a partir de 1968, en México, cuando Vera Caslavska, triunfadora en gimnasia, fue la última mujer en estas lides. A partir de entonces surgieron las muchachitas, las niñas encantadoras a quienes se podían dedicar frases cariñosas, pero no piropos. La delegación femenina española ya apuntó en Londres que el signo de los tiempos tenía que cambiar. Michael Phelps y Usain Bolt se disputarán el cetro de Río y para el deporte español ya existe la figura incontestable de Mireia Belmonte, doble medallista hace cuatro años, y la misma cantidad de preseas en Río, con una de oro, que la ha convertido en la mejor deportista española de todos los tiempos.

En Munich, en 1972, presencié el cambio en la gimnasia y la revolución en la natación donde una niña australiana acudía a sus puestos con un muñeco de koala, símbolo de su país, como mascota. Olga Korbut llegó a lo más alto de la gimnasia y a ésta, después, la sustituyó Nadia Comaneci. Las mujeres que desde Munich sentaron plaza de grandes campeones en natación fueron las representantes de la República Democrátrica Alemana, pero estos éxitos fueron puestos en solfa tiempos después. Desde la unificación no ha habido nadadoras germanas con aquella superioridad. Se vigió atentamente las cuestiones del dopaje.

Las mujeres españolas siempre dan la cara y cuando son derrotadas lo hacen con toda dignidad. Junto al caso de Mireia están las «Guerreras» del balonmano que nunca se dan por vencidas. Todos los equipos femeninos tienen buenos resultados. Ahora que comienza el atleismo solamente una mujer, Ruth Beitia apunta a estar entre las mejores.

La primacía de los hombres tiene su máxima representación en el desfile inaugural. Sólo una mujer, y por razones obvias, Cristiana de Borbón, enarboló la bandera nacional. Nunca hubo otra mujer que no luciera tal distintivo en otros Juegos que no fueran los invernales.

Los valencianos podemos recordar el abanderamiento del gimnasta Jaime Belenguer Hervás, campeón de España, que obtuvo tal distinción porque se consideró que era el mejor homenaje que se podía dedicar a Joaquín Blume, fallecido en accidente aéreo y que le impidió ser olímpico.

Juan Antonio Samaranch le dijo a José Antonio Elola, entonces Delegado Nacional de Deportes, que Belenguer era muy bajito y la bandera no iba a sobresalir. Elola le respondió: «Es bajito porque tiene los huevos muy grandes que no le han dejado crecer». Espero que Belenguer no se enfade por recordar este hecho histórico aunque anecdótico.

En Río merecía ser abanderada Mireia Belmonte, que ya había ganado dos medallas cuatro años antes. No se puede discutir la categoría deportiva de Rafa Nadal, pero la nadadora pertenece a la auténtica estirpe olímpica. Mireia y Lidia Valentín, medalla de bronce en halterofilia, viven cuatro años dedicadas a la meta olímpica. Para Nadal los dramático sería no participar en Roland Garros o Wimbledon.

En los Juegos hay deportistas cuyo futuro siempre está centrado en ellos. Tenistas, ciclistas profesionales el Tour, la Vuelta o el Giro y futbolistas, pongamos por caso, pueden vivir sin los Juegos. Mireia tenía más méritos olímpicos que Nadal para se abanderada. Incluso se pudo pensar que tras el desfile se le permitiera volver a la Villa para no cansarse en demasía. Pero era mujer. Si no surge milagro, la única medalla de oro individual para el deporte español.

Posdata. El deporte nacional espera algún podio más. Pero, fundamentalmente, con mujeres.