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Crónicas precarias

A favor del bien y en contra del mal

Me decepciona profundamente que Albert Rivera no haya incluido en su batería de medidas sensatas para apoyar a Rajoy la supresión de los coches oficiales. En serio, ¿qué pasa con los coches oficiales, no eran la clave de la regeneración institucional? ¿No eran la quintaesencia de la vieja política? ¿No eran un privilegio de los políticos profesionales que no sabían nada de la vida real? Se supone que quitando dichos vehículos y eliminando los iPads del Congreso ya estaban solucionados todos los problemas de los españoles. ¡Pam! Directos al podio de la economía mundial (nótese el homenaje olímpico, estoy viendo todas las pruebas de natación).

Cuestiones automovilísticas aparte, gracias a Ciudadanos hemos aprendido lo que sucede cuando aseguras renegar de las ideologías y te empeñas en que tus propuestas son cuestiones de sentido común: que acabas presentando como condiciones irrenunciables un conjunto de vaguedades sin chicha y lugares comunes para todos los públicos. Rivera está a favor del bien y en contra del mal. A favor de la honradez y en contra de la mentira. Como una candidata a Miss Universo que sueña con la paz en el mundo mientras ladea la cabeza y se pone la mano en la cintura. Mucho confeti y poca enjundia, mucho lirili y apenas nada de larala.

Si todavía fuéramos jovenzuelos idealistas, esperaríamos que los requisitos para investir a un presidente de Gobierno tuvieran un pelín más de calado. Yo qué sé, tras meses de negociaciones, reuniones y embotellamientos parlamentarios, se lo podrían haber currado un poco y poner sobre la mesa algún cambio auténtico y factible. Para pedir una limitación de los mandatos a ocho años no hacía falta tanto aspaviento. Y mira que tenían opciones: derogar la reforma laboral, el aumento del presupuesto en Sanidad o en ayudas sociales, una puñetera ley educativa que dure más de seis meses? Pero claro, serían exigencias ideológicas irresponsables propias de cafres sin sentido de Estado.

Así que, como en Ciudadanos son muy modosos, muy dialogantes y muy abnegados, han decidido presentar media docena de propuestas virtuosas y delicadas cual rositas de pitiminí. Algunas de estas exigencias durísimas son fácilmente aceptables por el PP, otras son tan generales que se ventilan con un par de modificaciones estéticas y las demás ni siquiera dependen de los populares, sino que requieren una mayoría más amplia en el Congreso. Qué duro es sacrificarse por España.

No me hagáis mucho caso, pero me parece recordar que hace un tiempo estábamos algo histéricos pensando que asistíamos a un épico fin de ciclo y que una serie de acontecimientos trascendentales lo pondrían todo patas arriba. Se avecinaban días convulsos e ilusionantes. Por suerte, nada de esto va a suceder y ya podemos dejar que se marchiten nuestras desangeladas existencias al mismo ritmo de siempre. ¡Ah, el dulce aroma de la frustración y la decrepitud en una noche de verano!

Lo único que me consuela es que Rajoy se ha mantenido firme a sus principios morales y ha dicho que lo de la investidura muy bien, pero que él primero se va de puente. Y luego Dios dirá, que hace mucho calor. Además, el hombre querrá disfrutar de las Olimpiadas tranquilito en el sofá y sin aguantar mandangas. De nuevo, esta vez en plena canícula estival, Mariano Rajoy nos representa a todos. Ojalá gobierne eternamente.

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