Todos les hemos visto en las calles de nuestras ciudades e incluso les hemos esquivado como buenamente hemos podido, con excusas apresuradas, acelerando el paso o mirando al suelo, tratando de evitar su petición de que nos paremos unos minutos para escucharles. Me refiero a los grupos de captadores de socios para ONG que periódicamente ocupan lugares estratégicos de nuestras calles, tratando de echar el lazo a los viandantes para conseguir sus objetivos.

Es cierto que en no pocas ocasiones la insistencia de su persecución a quienes pasan a su lado, su agobiante machaconería e incluso algunos de los argumentos y frases desafortunadas que lanzan, nos colocan en una posición incómoda. Hasta el punto que últimamente no dejo de ver artículos que describen de forma jocosa cómo librarte de estos grupos de captadores, sin caer en la cuenta de que todos ellos trabajan para engordar socios e ingresos en numerosas ONG y son víctimas de unas condiciones de trabajo abusivas e indignas que dicen muy poco de las organizaciones que los utilizan, o mejor dicho, de las agencias de marketing contratadas por las ONG que subarriendan sus servicios, como si aquellas entidades que las contratan creyeran que así no se manchan las manos utilizando a estos trabajadores de forma tan precaria como vulnerable. Incluso en Internet se pueden leer relatos que cuentan en primera persona y con particular crudeza las desagradables experiencias que muchos de los jóvenes que trabajan en estas ocupaciones han tenido, como la del alicantino Esteban Ordóñez, con el elocuente título de «El nada humanitario negocio de captar socios para ONG». Les aconsejo que lo busquen y lo lean para darse cuenta de que estos jóvenes que con sus petos ocupan calles y plazas, personas con formación que no se resignan a vivir en un país sin empleo ni oportunidades, son víctimas de un sofisticado sistema de marketing que en nombre del humanitarismo y la solidaridad, les coloca a los pies de los caballos, al límite de la legalidad laboral, sin prácticamente derechos, pisoteando su dignidad como trabajadores.

No hay duda de que sin las ONG el mundo sería más cruel, más inhumano y más indigno. El trabajo que estas organizaciones vienen haciendo en todo el mundo desde hace décadas ha tenido un papel decisivo en las transformaciones sociales y económicas, impulsando cambios de un gran calado en materias como la cooperación al desarrollo, los derechos humanos, la reducción de armamentos, la ayuda humanitaria, la defensa del medio ambiente o los tratados internacionales, por poner algunos ejemplos. Hasta el punto que las ONG son el icono de la solidaridad por excelencia. Pero con el tiempo, las exigencias económicas y políticas, junto al deseo de cada vez más gobiernos e instituciones de contar con ellas, han llevado a la multiplicación de organizaciones no gubernamentales, muchas de las cuales han sacrificado su independencia, la frescura, el carácter crítico y reivindicativo para convertirse en simples empresas prestadoras de servicios especializados que compiten de manera descarnada con otras por obtener proyectos, convenios y contratos. Solo así se explica la enorme fragmentación que existe en el mundo de las ONG. Con ello, han sido numerosas las ONG que han optado más por una estrategia nada prosaica de captar y gestionar más recursos, en lugar de ensanchar una base social activa, aumentar su capacidad crítica y ofrecer cauces nuevos de participación e intervención.

Es muy difícil comprender que organizaciones humanitarias que dicen defender el respeto a los derechos humanos y la solidaridad se desentiendan de las penosas condiciones en las que trabajan los jóvenes que salen a la calle para captarles socios. Y no sirve decir que estas organizaciones en realidad contratan sus servicios a otras empresas de marketing, porque la más mínima ética y los códigos de conducta que se supone deben de respetar les obligan a no contratar con empresas que vulneren principios morales esenciales. Por no hablar de las técnicas agresivas de generar lástima y compasión para tratar de obtener un número de cuenta corriente de las personas a las que paran, en un tiempo récord y como único propósito, cumpliendo así con los objetivos diarios de captación de socios que tienen los trabajadores para no ser despedidos de inmediato.

Por complicado y agobiante que a veces sea, bueno sería que tratáramos de ser amables con esos jóvenes que salen a la calle para «maltrabajar» de forma ultraprecaria y sin derechos tratando de obtener socios para ONG, comprendiendo la situación en la que se encuentran. Pero bien haríamos también exigiendo a las mismas ONG para las que prestan sus servicios que actúen con mayor respeto y coherencia, evitando abusos y falta de escrúpulos en nombre de una solidaridad que niegan a quienes trabajan para conseguirles más socios.

@carlosgomezgil