Rivera y Sánchez se han arrogado la personalidad de Fiodor Dostoievski, y cada uno tiene su propia versión de la novela del gran escritor ruso. Rivera describe a su particular Raskolnikov, en realidad su vetado Rajoy, como el corrupto que, tras sus crímenes sin expiación, merece un castigo a imponer. Sin toga, sin tribunal, sentencia a Rajoy al veto perenne y, en un esfuerzo de conciencia, lo acorrala en la abstención. Castigo a imponer por su contacto con los corruptos de su formación. Sánchez, desde su atalaya de la pureza democrática y de las izquierdas recuperadas, ni siquiera acepta escuchar al Raskolnikov en cuestión. Ya lo ha condenado, ya exige su castigo antes de escucharle, antes de hablar con él, ya no por ser estandarte de la corrupción; el crimen del que le acusa, el crimen por el que lo destierra de cualquier forma de entendimiento, es tan simple como ser de derechas. Corrupto, por no atajar en tiempo y forma los casos de corrupción de su organización, y además de derechas. Este Raskolnikov de la política ya ha sido sentenciado a partir para Siberia por los adalides de la regeneración y el progreso, sin juicio previo, sin atender a su versión de los hechos.

Con lo que no cuentan estos neófitos literatos, es que sin Raskolnikov no hay trama, no hay argumento para novela alguna. En lo que se equivocan ambos, es en que además de relatar los hechos a su manera, pretenden ser protagonistas principales de la historia. No se conforman con ser secundarios que garanticen posibilidades ciertas de gobernación, no quieren saber que en muchas ocasiones el rol principal no es prioritario, incluso no es premiado, mientras los secundarios lo son por crítica y público en general, fuera aparte del reconocimiento que la historia les deparará en libro de sesiones. Quieren el éxito ya, antes de llegar, quieren coger sin tener, sumar sin ganar, decidir sin oír. Tampoco son capaces de entender que el castigo que imponen es su propia condena, si siguen contumaces en sus posiciones además de impedir la formación de gobierno, estarán construyendo una autopista que les conduzca a las terceras elecciones, a las que, en público y en privado, rechazan y temen tras la amarga experiencia de las segundas. No se quieren dar cuenta de que no es posible soplar y sorber al tiempo. La tautología ha invadido sus discursos.

Pero lo más triste es que condenados ellos, están sentenciando a sus respectivos partidos. El recorrido de la era Sánchez es tan visiblemente ominoso, que no merece más comentarios que apremiar al que no esté convencido de ello que se asome a la estadística, a los datos electorales desde que sentó sus reales en Ferraz. Un partido acostumbrado a gobernar, o como mal menor a ser tangible alternativa, ha pasado a ser en la mayoría de territorios comparsa o séquito de terceros. Bien es verdad, que poco ayudan voces como la de Patxi López que, desde la más reprobable ingratitud, desnaturalizando el carácter cervantino, no quiere acordarse de que fue elegido lendakari gracias a los votos de los populares, y anima a Sánchez a mantenerse en la negación como instrumento político. Del mismo modo Rivera, a quien nadie niega sus ilusionantes comienzos en la política catalana, parece perdido y sin posibilidad de hallarse desde su salto a la nacional. Su emperramiento con Rajoy, ha llevado a Ciudadanos a un callejón sin salida de manera pueril, su adanismo se ha convertido en su pecado original, mácula de la que no es capaz de desprenderse. Su pretendido esfuerzo por la abstención, como al mitológico Sísifo, no le lleva más que a un bucle sin solución, demasiado escenario para tan nulo rendimiento. Es tan baldío como sus explicaciones de sus insuficientes movimientos. Los sofismas por mucho que se les vista de seda conservarán su esencia.

Sus mayores no paran de avisarles del inminente peligro que corren, del suicidio colectivo al que llevan a sus organizaciones si por su cerrazón se celebraran unos terceros comicios. Desde Felipe González, pasando por Guerra y terminando por Borrell, tanto de palabra como negro sobre blanco, han indicado a Sánchez el único camino para salir del gran embrollo en el que ha metido a su partido, y de seguir erre que erre, a todo el país, no es otro que la abstención y la oposición constructiva. Todos los inspiradores de Ciudadanos, desde Francesc de Carreras hasta Arcadi Espadas, pasando por Boadella, igualmente aconsejan a Rivera: la regeneración que tanto se proclama pasa por comprometerse en la gobernación. El sí es el más eficaz instrumento de poder llevar a cabo, desde dentro, los planteamientos fundacionales. El castigo sin crimen, es propio de quienes hacen uso de la arbitrariedad.