El Papa, Francisco, realizó un viaje a Armenia, pequeña nación caucásica, durante los días 24 al 26 de junio. Esta nación tiene una de las comunidades cristianas orientales, que, en el siglo V, se separaron de la Iglesia Católica, al no reconocer al Concilio de Calcedonia. El Papa ha firmado allí una declaración conjunta, que ha servido para situar el encuentro en el punto más adecuado. Se trataba de abrir un camino hacia la reconciliación, tomando al Evangelio por base. En su vuelta a Roma, el Papa comentó que hay que «orar, amarnos, y trabajar juntos, fijándose, sobre todo, en los pobres, e la gente que sufre, en la paz, y en tantas cosas más». El Papa, Francisco, en su discurso a los armenios, se refirió al genocidio de cristianos armenios, que tuvo lugar el siglo pasado, por motivos religiosas, ideológicos y raciales, causado por fuerzas otomanas, germen de los actuales turcos. El Papa habló de paz y no de guerras. El 25 de junio, por la mañana, el Papa habló a familiares de sobrevivientes de la matanza, y relacionó aquellos hechos con las actuales matanzas de cristianos, que siguen realizándose en muchos países, por profesar su fe cristiana. El Papa invitó al dirigente armenio religioso, Karekin II, a que lo bendijese a él y a la Iglesia Católica, abriendo así el camino de unidad con los ortodoxos. Antes de volver a Roma, el Papa, Francisco, invitó a la reconciliación entre Armenia y Turquía, y a adentrarse por caminos nuevos, donde los tramos del odio se transformen en proyectos de reconciliación. El Papa terminó de hablar con estas palabras: «Hará bien a todos comprometerse a poner las bases de un futuro que no se deje absorber por la fuerza engañosa de la venganza; un futuro donde no nos cansemos jamás de crear las condiciones por la paz, un trabajo digno para todos, el cuidado de los más necesitados y la lucha sin tregua contra la corrupción, que tiene que ser erradicada». Es un grito de paz desde lo más profundo del corazón.