Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El pliego de Las Ventas, a contraestilo

Durante esta semana se ha dado a conocer el pliego de condiciones por el que se regirá la elección del empresario de Las Ventas durante los próximos años. Palabras mayores. La coyuntura parecía albergar muchas expectativas para todos, sobre todo para los organizadores de espectáculos, y a tenor de lo mucho que se ha publicado y manifestado en las horas posteriores, parece que lo haya redactado el mismo PACMA.

Algunos productores taurinos se han mostrado ciertamente sorprendidos e indignados ante el documento elaborado por los técnicos taurinos de la Comunidad de Madrid, propietaria del coso de la calle de Alcalá. Su agrupación, ANOET, se reunirá esta semana para ofrecer una versión oficial. Quizá lo primero que habría que achacarles a los redactores sería precisamente la falta de consenso, casi con premeditación y alevosía. No habría estado de más que, ante la redacción de un pliego tan importante y en unos momentos de especial sensibilidad como los que se viven, antes de trazar las primeras líneas se hubieran reunido con todos los profesionales del sector taurino, desde los propios empresarios hasta asociaciones de toreros, ganaderos y aficionados, para pulsar sus inquietudes y tratar de hilvanar un documento que, si no contentara plenamente a todos, sí pareciera de mayor consenso y constructividad.

Por otro lado, tampoco sería justo afirmar categóricamente que el pliego de marras constituye casi un tratado antitaurino, como han querido mostrar algunos. A pesar de incluir puntos de dudosa legitimidad como el arreglo en infraestructuras del coso, otros parecen muy lógicos. Que la empresa adjudicataria, por ejemplo, deba asumir el presupuesto de la Escuela Taurina de Madrid no solo no parece descabellado, sino lo más sensato si entre todos se plantea la inversión en futuro. Es más, quizá debiera tomarse nota sobre ello para pliegos venideros en otros ruedos. El «quid» de la cuestión radica en que resulta muy difícil equilibrar el intervencionismo institucional con el liberalismo pleno que pretenden los organizadores de espectáculos. El concepto de calidad del empresario -mayor beneficio ante mínima inversión- choca con el que aficionados y público tienen. La Tauromaquia no es una tómbola de feria. Y para que no haya abusos, para que la codicia cortoplacista no quiebre la inversión cultural a largo término, debe de haber un documento público que plantee unos mínimos de decencia. No será tan descabellada la propuesta de la institución encabezada por Cristina Cifuentes cuando José Antonio Chopera, empresario actual, ya ha hecho público su interés en presentarse de nuevo. Igualmente se deduce, con las cifras en la mano, que apenas tres empresarios podrían cumplir los requisitos del apartado económico. Los números y los datos se puede consultar a golpe de clic, así que no aburriremos con ellos. Lo único cierto es que la plaza de toros de Madrid sigue siendo rentable. Incluso asegurando que los precios de las entradas, hasta los de los refrescos del bar, estarán al alcance del bolsillo de todos.

Los organizadores taurinos no deben ser tratados como ogros, ni mucho menos. «El último duro debe de ser para el empresario», reza el dicho clásico entre los toreros. Porque son los que se juegan su parné. Y si bien el espectáculo taurino goza de una idiosincrasia singular y se rige por unos viejos códigos que le otorgan una solera y personalidad especiales, no menos cierto es que también necesita adecuarse a las nuevas normas de la sociedad en que vivimos. De lo contrario, quienes se juegan sus dineros en él partirán con desventaja frente a otras actividades de ocio. Pero en los últimos treinta años todo eso se ha pervertido al aglutinarse el papel de apoderado del torero, ganadero y empresario en la misma persona. Los riesgos de ofrecer un espectáculo edulcorado que entretenga a la masa pero pisotee los preceptos básicos de la liturgia taurina -emoción y riesgo- son demasiados, y se han producido por desgracia con asiduidad. De ahí que sea necesaria la presencia de la autoridad y las instituciones públicas para velar por la fiesta y los aficionados que la sustentan. Sobre todo en la primera plaza del mundo. Y esto es lo que, siendo sinceros, no gusta nada a los empresarios del gremio. Al empresario-apoderado-ganadero hay que vigilarlo; con talante, de «buen rollo», pero vigilarlo al fin y al cabo. ¿Se imaginan, por ejemplo, lo que saltaría al ruedo si la autoridad competente no supervisara el ganado a lidiar? Miren que haciéndolo ya sale lo que sale muchas tardes...

Con el modelo taurino actual, en el que los distintos actores de la fiesta han perdido su rol, los pliegos de explotación son cruciales para la preservación de ciertos valores y la prevención de abusos. La calidad del espectáculo, he ahí la clave. En Madrid como paradigma. La cosa difiere mucho si la calibramos desde la medida del toro, de la afición, del torero o del empresario. Y si se pierde de vista el primero, los otros pierden todo su sentido.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats