¿Y ahora qué?», me preguntan con insistencia familiares y amigos.

«¿Y ahora qué?», me pregunto yo con la misma ansiedad.

¿Es lógico el sufrimiento padecido durante nada menos que siete largos años?

¿Es acaso justo, que una denuncia malintencionada y con unos claros fines políticos haya ensuciado mi nombre?

¿Es comprensible esta espera, para que al final la Justicia diga lo que muchos sabíamos desde el primer momento?

¿Quién me devuelve íntegra la dignidad (que, por cierto, nunca perdí) que intentaron dinamitar quienes consideran la política como un cuadrilátero en el que todo vale, y cuyo objetivo es machacar al contrario por el simple hecho de no pensar igual?

¿Quién ordena borrar de internet tantos y tantos insultos, zafios comentarios y bochornosas insinuaciones, por lo general amparadas en el cobarde anonimato?

¿Permanecerá todo ello en la llamada nube de las redes sociales para la eternidad?

¿Acaso pueden borrarse los artículos de prensa vejatorios y condenatorios de antemano?

¿Nadie va a pedir perdón?

¿Hay forma de resarcir tanto daño, o me debo conformar con una sentencia absolutoria mientras el dedo acusador se vanagloria sin pudor y sin ruborizarse de haber frenado mi carrera política?

El año 2008, ciertamente, marcó un antes y un después en mi vida. Un punto de inflexión que me ha hecho pensar mucho, y que me ha servido para saber a quién puedo considerar de verdad amigo y quiénes, simplemente, eran arribistas ocasionales.

En ese año y el siguiente, atendiendo una petición vecinal, tramitamos la ejecución de una pequeña obra que, a la postre, iba a suponer una sustancial mejora en la vida de los habitantes de todo un barrio.

Para ello, siempre estuve atento en la defensa de los intereses generales, principio que por encima de todo, tiene que guiar los actos de los servidores públicos, apremiado por la voluntad de solventar con rapidez un expediente heredado, que se resolvió de forma satisfactoria. Por supuesto, jamás se me pasó por la cabeza determinar, decretar o siquiera insinuar ventajas para nadie, y sin perjuicio alguno para terceros o las arcas municipales. Mi única motivación era precisamente eso, garantizar una mejor satisfacción del interés vecinal. Tanto es así, que pese a lo sufrido durante esta larga pesadilla, si volviera a suceder actuaría tal cual lo hice.

Evidentemente, me refiero a las obras de ejecución de la plaza de Magallanes, en el barrio de La Florida, que desencadenaron en un largo litigio judicial al que la Audiencia Provincial ha puesto fin, absolviéndome de los delitos que me acusaban la Fiscalía Anticorrupción y una señora que se erigió en espada justiciera ante lo que ella consideraba un escándalo sin precedentes y un atentado contra el sistema democrático español. Ahí es nada.

Me pedía cárcel, porque no se conformaba con menos. Privación de libertad por una actuación administrativa, que prefirió llevar a la vía penal porque allí es donde más daño y ruido mediático podía hacer.

Esa triste aportación al socialismo alicantino, llamada Carmen Sánchez Brufal, no quiso oír ni ver. Sí que lo hicieron algunos de sus compañeros del grupo municipal socialista, que no compartían su manera de proceder. No quiso escuchar a los vecinos, ni comprobar la legalidad del proceso de adjudicación de las obras. No quiso razonar con nadie (o quizás no sepa de eso) y prosiguió con el proceso judicial a título personal, aun cuando su propio partido, el PSOE, abandonó el caso tras considerar sus asesores jurídicos que no había «donde rascar», y aun cuando el mismo Ayuntamiento actual se retiró de la causa reafirmándose en que no había nada que objetar al procedimiento.

No seré yo quien la juzgue. Ya lo han hecho los vecinos de Alicante y sus excompañeros de partido, aliviados con su renuncia a una militancia que manchaba sus filas. Quienes me conocen bien saben que en mi catálogo de defectos, no figuran el espíritu revanchista o el rencor, pero sí diré que en la vida hay personas carentes de toda suerte de escrúpulos, que para conseguir sus objetivos no dudan en utilizar perversas artimañas y métodos nauseabundos sin importarles en absoluto los daños, a veces graves e irreparables, que provocan en las personas, en sus familias, en su vida social o en su proyección profesional. Son esas personas que aplican a rajatabla e indiscriminadamente la teoría de que «el fin justifica los medios», desacreditando al adversario con razón o sin ella para obtener su beneficio propio. Pero en mi opinión, y supongo que en el de todas las personas de bien, el resultado, por muy fructífero que les sea, ni legitima ni justifica su uso, ni desde la perspectiva moral, ni desde la óptica jurídica. En cualquier caso, con esas prácticas repugnantes, propias de malintencionados de sucia mente, se retratan aquellos que se sirven de ellas para lograr sus objetivos oscuros, por su incapacidad de conseguirlos a través del trabajo y la responsabilidad.

Siete años señalado.

Siete años de confianza plena en los jueces y su independencia.

Siete años marcados a fuego y sangre, pero también siete años de abrazos y ánimos. Siete años de solidaridad, y siete años para sentirme orgulloso de los míos. De mi gente y de los funcionarios que, como yo, se sentaron en el banquillo de los acusados pese a tener la certeza de que habían actuado de buena fe y en interés de los alicantinos.

¿Para cuándo una ley que persiga y castigue a quienes judicializan la vida política como única estrategia personal o de partido?

¿Cuánto dinero público habrá costado este litigio a las arcas del Estado después de siete años de investigación, informes, contrainformes, pruebas periciales, declaraciones, archivos, reaperturas...?

¿Todos impunes? ¿Y ya está? ¿No pasa nada? ¿Y ahora qué?

Muchas preguntas? pocas respuestas.

Me han absuelto porque ningún delito cometí.

Dicen que errar es humano, pero cuando media el odio y la sinrazón, todo ápice de humanidad desaparece. No hay arrepentimiento, ni voluntad de enmendar los daños morales y materiales provocados a otras personas? Ni siquiera una disculpa. Ni siquiera un ejercicio de colocarse y ver la situación desde la perspectiva contraria, tratando de imaginar cómo se sienten aquellos a los que se vilipendió sin razón. Puro egoísmo. Pura soberbia.

Muchas gracias a los que me apoyaron. Llega el momento de mi reflexión y poder contestar satisfactoriamente a todos los que buscáis una respuesta a esa pregunta, al igual que yo...

¿Y ahora qué? El tiempo nos la dará.