Si unimos, en esta coctelera que es España, las irritativas altas temperaturas propias de esta época del año con la incapacidad de los políticos y de llegar a un acuerdo de gobierno que nos saque del ensimismamiento, y de paso añadimos los tradicionales incendios veraniegos, diría que nuestro país está que arde. Comentan que España se está convirtiendo en un país de camareros, aunque la verdad ojalá así fuera y en cambio no de tramposos, mediocres e inútiles que para colmo se creen listos. La mayoría de los españoles son gente capaz, honesta y trabajadora, pero los antes citados hacen más ruido, por desgracia se hacen notar más y tienen al resto más que quemados.

Hace unos meses, el monumental incendio de Seseña que se veía a más de cuarenta kilómetros de distancia, y cuyas consecuencias sobre las personas que estuvieron en contacto con la porquería que desprendían los neumáticos quemados se desconocen aún, nos dejó claro que aquí las responsabilidades compartidas al final acaban en que no haya un responsable. O en que se tarde un siglo en determinar quién fue, y para cuando esto ocurre ya a nadie le importa un comino lo que pasó, salvo tal vez al enfermo crónico que lo es como consecuencia de la inhalación de aquellas sustancias, o a los deudos del que murió porque nadie se preocupó de evitar la previsible tragedia. Esperamos saber el porqué del incendio en la isla de La Palma, que es ya un desastre ecológico de grandes proporciones y está brindando otra triste página de las que cada verano se repiten como una letanía en nuestro país, sin que dé la impresión de que se haga lo necesario para evitarlo, o bien paliar las consecuencias.

En esta España que sigue siendo del Lazarillo algunos tratan de justificar a los que timan burdamente al Estado, cobrando pensiones de sus abuelitos ya fallecidos, que tal vez al estilo berlanguiano conserven dentro de un armario para fingir la fe de vida. Aunque, claro, este reprobable timo es de risa, en comparación con el multazo que nos van a imponer por torpes desde la UE, dada la incapacidad de formar un gobierno por parte de quienes pretenden gobernarnos. Lo han hecho tan de pena todos los partidos sin excepción en estas negociaciones, por llamarlas de alguna forma, que a mí ya, con tal de tener un presidente, como si nos gobierna Rufián, que, total, si hiciera honor al apellido en el peor de los casos no nos pillaría por sorpresa.