Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jorge Fauró

Salvemos los gatitos

Si por algo me fascinan las redes sociales es por su vertiginosa capacidad de reacción ante los dramas que sacuden el mundo, donde ya nada pasa al lado de tu casa, sino que cualquier parte del planeta se convierte en una cuadra, manzana o calle más de tu vecindario. Si una mujer desalmada de la aldea más olvidada de Rumanía tiene la ocurrencia de apalear a su perro, ya puede ir rezando por que el único vecino con wifi de todo el poblado no lo esté grabando y colgándolo poco después en Facebook. La mataperros se puede dar por jodida si tiene la mala suerte de convertirse en noticia de cierre de los telediarios: acabará siendo odiada por buena parte de la humanidad como si se tratara de la vecina de al lado. Los usuarios de redes sociales han desarrollado una sensibilidad especial pro animal, sobre todo, con los toros y con los gatos. Con los primeros, a veces el animalismo ha derrapado más de la cuenta, hasta el punto de demostrar tal apego por los cuernos (entiéndaseme) que se ha acabado exhibiendo un éxtasis infame por la muerte de un torero, bajo el sacrosanto principio de que mientras se haga sufrir al animal, maldito sea su asesino. Mal.

De repente, las redes se han llenado de gatos. O mejor, de gatitos. El diminutivo, ya se sabe, hace que todo parezca mucho más adorable. Al principio, nuestro amigo brasas nos enviaba al gatito por correo electrónico, tan mono, tan amable (del verbo amar), tan cosita mía, tan cuqui, envuelto en frases de Pablo Coelho y con música de Vivaldi. De ahí se pasó a las redes, que han acabado sacralizando al felino de tal modo que cuando a un desalmado le da por rociarlo con ácido porque simplemente le molesta el maullido, siempre anda cerca alguien con un móvil y una cuenta en Facebook dispuesto a exponer al mundo entero lo cruel que puede llegar a ser la raza humana. Y el gatito se convierte en viral, y la cuenta del desalmado se llena de amenazas que le obligan a cerrar el negocio. Ya es un paria. Y todo en menos de 24 horas. Bien.

Los activistas del gato podrían aparecer con igual virulencia cuando a quien vierten ácido es a una mujer, difundirlo a los cuatro vientos, colapsar las cuentas 2.0 del maltratador, manifestarse ante su negocio, amenazarlo a cascoporro, y, sí, aislarlo socialmente y convertirlo en mierda andante. Mientras eso no ocurra, es probable que cojamos más apego al mundo animal, pero seguiremos sin adquirir la conciencia de que en este país, en este mundo, a las mujeres se las mata todos los días. Ánimo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats