Tal día como hoy, un cinco de agosto del pasado año, la doble raya roja esculpida en el cuadradito insertado en lo más parecido a un supositorio gigante de plástico, nos dio la buena nueva de tu insinuación, una especie de pistoletazo de salida en la carrera más deseada, tras un minuto en que para nosotros todo se detuvo en el suspiro más ingrávido de impaciencia conocido. Casi de noche, si acaso cuando el fuego estival de las afueras ya remitía, en casa todo se aquietó, casi se congeló, diría, maniatados por la quebradiza ruleta de la fortuna, o desventura, no sabíamos, reverberados por el eco emotivo de ese doble rojo paralelo que no ofrecía ya duda, encogidos ante no saber si llorar o brincar, vocear o callar... un cinco de agosto de dos mil quince, hoy hace un año, querido hijo, empezaste a venir.

Ser papá a los cuarenta y tres tiene su aquel. Pero sobre todo tiene su grado superlativo de incredulidad, según circunstancias. Y las mías, las nuestras, que no cito, agigantaron tu extraordinaria llegada. Martín, el verano pasado fue de los más bonitos que recuerdo. Papá y mamá tomaron la bonita costumbre de cada sábado de agosto arrancar el coche bien pronto y salir en busca de una playa, una cualquiera de las que habitan entre dunas y barecillos improvisados desde Elche y no más allá de Murcia. Lo pasábamos tan bien que incluso me dio por travestirme en «cronista oficial playero» para mis contactos de Facebook, a los que lanzaba crónicas malheridas y cojas acerca de la supuesta calidad o no de las playas visitadas, con triste resultado, normalmente, confieso, pero con una dosis alta de sonrisas entre el personal que bien compensó el inocente chafardeo virtual de aquellas valoraciones sin pretensión.

Y es que antes de saberte, Martín, el uno de agosto, estando en Torrevieja y tras habernos zambullido en unos ligeros platos marinos encima de la plataforma de un bar que se suspendía sobre las aguas de la playa, mamá entró a una tienda de esas de recuerdos varios y lanzó su ojo a un vaso, uno de esos anchos de cerámica con leyenda impresa en su barriga que generalmente apuntan a recuerdos del lugar. ¿Te gusta?, me dijo. Claro, respondí intuyendo sin decírselo el motor no revelado que le había impulsado a proponerme su compra: «No pongas límites a tus sueños», sobreimpresas las letras se escampaban sobre su superficie. Algo típico, aunque en nuestro caso aquella frase tan «coelhiana» adquiría una reveladora declaración de aspiraciones nacidas y renacidas varias veces en el tránsito de no pocos meses atrás. Y resultó que ese día aún no lo sabíamos. Era uno de agosto, decía, pero ya estabas con nosotros, Martín. La frase del cuenco destinada a cafés con leche matutinos resultó anticipatoria. Ahí estabas ya. Encogidito en el vientre de mamá, dando saltos en su interior como palomitas en el microondas rebotando entre paredes, y portando, en tu discreto silencio aún no anunciado, la cuadratura de un círculo fantástico.

Has cambiado nuestro mundo, pues para nosotros no hay más mundo que el que conocemos, el que nos rodea en el pequeño gesto diario de luces y sombras. Nuestro micromundo, a nuestra medida como el que cada uno tiene, se fabrica o trata de fabricar. Y aquí estás tú, ahora, pequeño gran bebé. Ocho de cada diez personas que te asaltan por la calle para acariciar tus mofletes o mordisquear tus pantorrillas, dicen con honestidad -y creo que con verdad, añado- que te pareces más a mamá, y no sabes la alegría que eso me produce. Pues la veo tan feliz que nada me llena más que escuchar ese sentir callejero. Desde la distancia oteo el elogio, lo agradezco y gozo. Viendo tu sonrisa y la de mamá, cada mañana o al mediodía cuando llego a casa, entiendo algo más acerca de los vericuetos a veces retorcidos del amor que por momentos parecen ponerse de mi parte. Y con esa gracia diaria, me quedo. No quiero más. Tampoco menos. Sólo que estés, querido Martín, con nosotros.

Hijo: te esperan cosas ahí afuera. Vamos a ver qué tal se nos da. Contigo estamos, desde el catorce de marzo pasado? como si hubiéramos nacido, qué cosas, los tres al mismo tiempo.