Violeta (y este es un nombre falso) se quedó en estado cuando acababa de cumplir los 17 años. El padre de la criatura desapareció en cuanto se enteró de la noticia, de modo que la madre se vio obligada a afrontar la situación con sus propios recursos. Desgraciadamente, la familia tampoco la apoyó, pese a ostentar una posición realmente acomodada. Con eso sí que Violeta no contaba. En cualquier caso, sólo había una cosa que podía hacer: encontrar un trabajo y sacar adelante a su hijo Miguel (también es nombre falso). Durante 15 largos años luchó la mujer contra toda clase de escollos, pero finalmente lo logró. Su hijo ya era todo un hombrecito, fuerte y sano, formado en buenos colegios.

Tenía Miguel 18 años cuando llegó a la consulta del psicoterapeuta, con una adicción acusada a la marihuana. A lo largo del tratamiento, confesó que desde los 14 años había cometido muchos delitos. Robos, concretamente. Y para ser más exactos, todos esos hurtos se habían llevado a cabo en las casas de sus familiares. Había sustraído importantes cantidades a sus tíos, pero estos no se habían percatado. Según decía el chico: «Tienen demasiado dinero como para echar en falta mil euros».

Resultó muy interesante para el terapeuta comprobar que la madre sí que se había enterado de las andanzas de su hijo, pero nunca había llegado a impedirlas. Obviamente le había reprochado, pero más por deber que por convicción. Comprendió entonces el terapeuta que Miguel estaba llevando a cabo la tarea que su madre, en el fondo, hubiera deseado acometer, sintiendo, en lo más profundo de sí misma, que ese dinero le pertenecía. Que había padecido un trato muy injusto por parte de su familia y, en el fondo, su hijo se estaba vengando por ello.

Ciertamente, sucesos de este tipo, ocurren con mucha frecuencia. Seguramente no son tan alarmantes, ni entran en el ámbito de la ilegalidad, pero no es de extrañar que proyectemos sobre los hijos nuestros deseos inconscientes, esperando que ellos, de algún modo, los lleven a cabo. El padre que no logró terminar sus estudios, y cada día se avergüenza de ello. La madre que desearía ser admirada en el barrio. El que desearía haber pasado muchos más años de soltería antes de comprometerse en una relación seria? ¿Cuántos hijos reciben esas pesadas expectativas y las asumen como propias, sin saber su verdadero origen? ¿Cuántos padres desconocen esa herencia psicológica que inconscientemente transmiten?

Afortunadamente la psicología no entra en juicios de valor. Tan sólo se maravilla de la complejidad de los códigos humanos.