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Matías Vallés

Rajoy no conduce a ninguna parte

Rajoy aspira a salvarse tirándose de los cabellos. No avanza ni retrocede, porque no conduce a ninguna parte. Incumple hasta sus amenazas. El «abstente o atente a las consecuencias» suena cansino. Ni siquiera exhibe la gallardía de garantizar que se presentará a la investidura. Aceptó la encomienda del rey, pero no se siente obligado a cumplirla.

Sánchez le asegura a Rajoy que prestará a su investidura el mismo apoyo que Rajoy prestó a la investidura de Sánchez. Es un argumento irrefutable. Protege al líder socialista de quienes hoy le impulsan a una entrega incondicional, y mañana le recriminarán que aceptara el pacto con demasiada facilidad. El secretario general del PSOE adquiere consistencia. Sin embargo, la experiencia enseña que lo mismo se escribía cuando Sánchez sí cumplimentó el encargo regio, y después se descolgó con su esotérica alianza junto a Ciudadanos.

Rajoy propone investirse con el documento firmado por PSOE y Ciudadanos. No por flexibilidad, sino por ahorrarse la elaboración de un programa de Gobierno con esta calor. El presidente en funciones está dispuesto a leer con convicción desde la tribuna los dogmas de la Iglesia de la Cienciología o el reglamento interno del Barça, si le prometen los votos.

La perspectiva de un partido dotado de una minoría mayoritaria que no garantiza la investidura de su líder, se presenta con relativa frecuencia. Véase Cataluña, sin ir más lejos. Curiosamente, el PP disponía allí de la solución, que consistía en exigir machaconamente la dimisión de un Artur Mas a media docena de escaños de la mayoría absoluta. De nuevo, Rajoy se niega a aplicarse su propia medicina.

Rajoy no quiere ser candidato a la investidura, sino presidente ahorrándose la engorrosa tramitación. No puede soportar un Congreso con personajes como Rivera o Iglesias. Aunque su carácter lo impermeabiliza contra las humillaciones, difícilmente puede inaugurar una legislatura con solo 137 votos a favor, en medio de un mar de abstenciones y votos en contra.

Los catedráticos de Constitucional han aprovechado el hueco para arrinconar a los politólogos, pero conviene apartarse de los códigos para contemplar la pésima imagen de un candidato que desea ahorrarse la candidatura. Rajoy no debería atreverse siquiera a poner en duda su participación en la ceremonia. Se instala así la perversión democrática de un debate parlamentario inservible, cuando debería movilizar la voluntad de los diputados. Porque el problema no es el Gobierno, es el Congreso.

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