La política, desgraciadamente, se ha convertido en el arte de hablar mucho y no decir nada. Parlotear, dar la sensación de que tratas de convencer, pero si rascas las frases, el leve chasquido de una uña te demuestra que estas solemnes frases ni mienten ni dicen la verdad. Están absolutamente huecas, no comprometen a nada y mañana, en un alarde tremendo de cinismo pueden decir lo contrario, con el mismo vacío de contenido que lo dijeron ayer. Hablar por hablar, pues?

Se acentúa la presión de los lobbies tanto dentro como fuera del PSOE para que Sánchez rebaje su negativa a la investidura de Rajoy. Líderes políticos, periodistas afines, junto con intelectuales orgánicos, asedian al aún secretario general para que se sume a la abstención. Pero a unos días de la votación parlamentaria, que deberá decidir si el presidente en funciones continúa en la Moncloa, el monosílabo del «no es no» reanima el fantasma de unas terceras elecciones en noviembre. El dilema del PP es bastante claro: abstención o elecciones.

He estado pregonando, seguro que con demasiada vehemencia, que el Partido Socialista debe abstenerse en el Congreso para facilitar la investidura de Rajoy y estoy convencido de haberme equivocado. Siempre he insistido en conseguir rédito político de esta hipotética abstención, pero vamos a especular: imagínense ustedes que ese rédito no se consigue ¿qué debe hacer el PSOE? ¿Regalar su abstención para conseguir la tan ansiada investidura, consentir la «gran coalición» y entrar en el corrupto gobierno de Rajoy? ¿Hurgar en todas las posibilidades de las fuerzas progresistas para formar un gobierno presidido por Pedro Sánchez? Yo no voy a dar con la tecla de la solución, entre varios motivos porque no me corresponde tamaña decisión, pero sí insisto en agotar cualquier posibilidad antes que llevarnos a unas terceras elecciones.

Podríamos concretar este dilema de la siguiente manera. Tan claro como oscuro porque pretende ocultar el trilema real: además de las dos opciones que plantea Rajoy, existe una tercera que agruparía a la mayoría de las opciones progresistas presentes en el Estado español. Esos 178 escaños darían la mayoría absoluta a un gobierno presidido por Sánchez. Algo así como la fórmula gubernamental con la que Zapatero, entonces con minoría parlamentaria, alcanzó La Moncloa tras las hazañas bélicas de Aznar en Irak junto con Bush y Tony Blair. Es, por supuesto, una opción teórica dado que Pedro Sánchez ya la rechazó antes de las urnas del 26 de junio y ni siquiera se atrevió a sugerirla cuando fue censurado en la misma noche electoral.

El eterno y crónico enfrentamiento de la izquierda lo evitaría. Susana Díaz, verdadera diablesa del socialismo español, no hace más que poner piedras en el camino de Sánchez y no precisamente para no extraviarse, que tiene su camino muy claro y definido, diga lo que diga. Su futuro, el diseñado por su ambición, ya apunta a Ferraz.

Los números no le cuadrarían a Sánchez como no le cuadraron en invierno. Éste no tiene la capacidad de un líder para hacer valer su cargo. Territorialmente, hoy el Partido Socialista se encuentra profundamente dividido entre la España periférica y la central. El socialismo del sur y del centro aparece muy distanciado del catalán, valenciano o balear. Sevilla, Toledo y Badajoz son muy firmes partidarios de la abstención mientras que Valencia, Palma y Barcelona son contrarios a que los socialistas faciliten el gobierno de Rajoy. Como he insistido repetidamente, hace falta un líder socialista con las ideas claras con dotes de mando que imponga lo más conveniente para la izquierda española, que trémula y cobarde no sabe entenderse con ella misma.

Francina Armengol, Ximo Puig e Iceta se inclinan por explorar, una vez que el PSOE votara contra el PP, esa posible tercera opción antes denominada Gobierno a la Valenciana. Pese a alguna encuesta muy cocinada, que insulta a los electores socialistas al señalar que la gran mayoría son favorables a que Pedro Sánchez se abstenga, la diversidad de criterios es pública en todas las declaraciones de los dirigentes territoriales.

No puedo obviar que nadie, pero absolutamente nadie, quiere prestar su sí a Rajoy por la prepotencia, el engaño y la corrupción con que ha gobernado estos cuatro años y todos ellos juntos suman más escaños que el PP y también fueron conseguidos en las urnas. Es más, insisto en acercar posturas entre toda la izquierda. No creo, a pies juntillas, en el ceder por el bien de España. Cuando sepa a ciencia cierta quién marca ese bien, yo cedería a la abstención sin condiciones.

Dado que el PSOE carece de un banquillo emergente, sería muy peligroso acudir a unas terceras elecciones, ¿no les parece? Mediten, aparquen sus prejuicios eternos, sus miedos y consigan darnos un gobierno. También carece de un líder que ponga a todos en su sitio: a los suyos y a los otros de la izquierda. Podemos se está ofreciendo lastimosamente, casi suplicando. Las líneas son claras: unidad de España, concesiones a las Pymes para procurar trabajo estable en España y avanzar con pragmatismo. Nada de utopías.