Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Puertas al campo

Corrupción: agua pasada

Efectivamente: la corrupción pasada no mueve molino excepto el judicial. Los casos conocidos se produjeron cuando nos escandalizábamos por casos anteriores que no vimos o mirábamos a otro lado o, sencillamente, disfrutábamos de migajas que caían de la mesa en la que se repartía el pastel.

Los escándalos vienen a oleadas. 1994 fue un año que se suponía iba a pasar a la historia. «Incluso para un país que vive la picaresca desde los tiempos de Cervantes, ha sido éste un año extraordinario para España», decía el International Herald Tribune. Y los escándalos se acumulaban: Guerra, Rubio, Roldán, De la Concha, Conde, De la Rosa, los GAL entre los grandes, a los que se añadían los casos Hormaechea, BOE, Naseiro, Filesa, Burgos, Osakidetza, Ollero, Brokerval, Casinos, las tragaperras... y suma y sigue. 1994 fue, efectivamente, el año de la corrupción o, mejor, de las acusaciones de corrupción ante las cuales los ciudadanos se debatían entre la creencia del «todos son iguales» y el maniqueísmo «de analizar la realidad del adversario como algo horrible partiendo del falso apriorismo de nuestra condición de impolutos querubines», como decía Diario 16 en editorial. La opción parecía ser una de dos: o todos los políticos eran corruptos o sólo los del otro bando lo eran. «Váyase, señor González» fue dicho por quien, después, montaría una empresa fantasma para defraudar legalmente a esa Hacienda que somos todos.

De 2011 a 2016 se ha vivido en España un proceso similar. La nueva «crisis» (ésta más profunda y más internacional que la de los 90) ha llevado a la nacionalización de bancos y cajas o, por lo menos, a su intervención. Ha habido sonados casos de espionaje entre partidos y dentro de los partidos, sobre todo en Madrid y Barcelona, pero con ramificaciones en el resto como Método-3 o la Oficina Antifrau de Catalunya. Los escándalos se han sucedido y cada uno parecía cubrir al anterior. La lista, desordenada, no incluye los más de 30 casos que han saltado a los medios y, en su caso, a los juzgados. Operaciones o casos como Gürtel, Bárcenas, Brugal, Nóos, Palma Arena, Becara, Fabra, Cooperación, Eivissa, Castro de Rei, Pokémon, Varadero, CCM, Mercasevilla y los ERE falsos, Reina, Adigsa, Malaya, Campeón, Naturgalia, Minutas, Marea, Púnica y los que se arrastraban y tuvieron episodios esperpénticos como Pallerols forman parte de esa algarabía a la que hay que añadir los casos conocidos, sub iudice o ya sentenciados de prevaricación, cohecho (propio o impropio) o simple abuso de poder o «alegría» irresponsable en el gasto, como ese aeropuerto en Castellón, durante mucho tiempo único peatonal en el mundo, o esas cuentas en restaurantes como «actos de servicio». El tratamiento mediático de estas peripecias, casi siempre según el color del cristal con que se miraba, unía descripciones, medias verdades, manipulaciones, opiniones y mentiras en un conjunto que el creyente rechazaba y el no creyente admitía a pie juntillas. Los «papeles», de Panamá o de la Castellana, han sido una gloriosa guinda a un pastel ya de por sí cargado. Alguien ha intentado el «Váyase, señor Rajoy», pero no parece que la frase haya dejado huella en los dichos populares (nunca mejor dicho).

De todos modos, lo que me interesa ahora es subrayar unos elementos comunes en ambas oleadas. El primero, la exasperante lentitud con que se han juzgado (o todavía no juzgado) esos casos. El segundo, que se ha tratado casi siempre, por no decir siempre, de cosas sucedidas antes de su narración mientras que, probablemente, se estaban cometiendo los desmanes de la siguiente ola. Las críticas a la corrupción que se hacen ahora son sobre todo crítica a hechos pasados y muy raramente a los que están sucediendo.

Moraleja: más que escandalizarse, importaría tomar medidas (no solo anunciarlas en el programa electoral) para descubrir a los que ahora se están corrompiendo, evitar que otros se corrompan y conseguir que los ladrones devuelvan lo robado (algunos de la primera ola, convictos y confesos, no han devuelto ni un céntimo). No es cosa de aumentar las penas, sino de aumentar la capacidad para descubrir al delincuente. Pero con cuidado, no vayamos a caer en esquemas como el de «Manos Limpias» y Ausbanc, incansables perseguidores de la corrupción y el delito de los demás.

No es de descartar la hipótesis según la cual la algarabía de estos últimos tiempos en torno a la corrupción llevará al clamoroso silencio que siguió a la ola de los 90. Algunos juicios, algunas fotos, algunas portadas, pero fuese y no hubo nada.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats