Nada que objetar al libre ejercicio y disfrute de los pecados capitales: al fin y al cabo el mon s'acaba y de algo hay que morir. Allá cada uno en sus cuentas con el cielo y sus presuntos representantes en la tierra.

A mí no me escandaliza (es más, me resbala) que la gente tire de soberbia si es frente al espejo, se ponga hasta arriba de marisco si lo paga de su bolsillo, se cabree como un mono si responde de los daños, acapare todo lo que pueda si lo gana honradamente, se tumbe a ver el techo si no cobra por ello, se vaya de escorts si es a escote o se cueza de envidia y celos si quien se cuece es él mismo a solas.

Pero claro, cuando esos pecados los sufren y pagan los demás, cuando lo personal transciende y afecta a lo común, cuando se socializa el mal uso del cuerpo, del cerebro y de las finanzas, entonces ya hay que ponerse serios.

A lo largo de las legislaturas cometidas por la derecha en nuestra Comunidad se despilfarró una gran parte del dinero y del sueño común en satisfacer las ansias de unos pecadores de penitencia ajena e indulgencia plena. Se pasaron. Se pasaron de soberbia, gula, ira, avaricia, pereza, envidia y lujuria, con el pequeño detalle de que lo hicieron desde y contra lo público.

Y fueron tejiendo tramas en espiral que nos llevaron a lo peor a que puede llegar una sociedad que espera avanzar: la normalización de la corrupción, la opacidad, la insensibilidad social, el delito electoral, la prepotencia, el cinismo, la falacia de pensamiento, palabra y obra, el egocentrismo como premisa, la propaganda manipuladora con dinero ajeno, la reconstrucción de la historia a su antojo, el despilfarro, el semanticidio, el aplauso engañoso, el abucheo silenciador o la confusión entre partido, gobierno e intereses personales. Todo eso y más se convirtieron en el paisaje en B habitual de esta sufrida Comunidad.

El escenario desolador que dejaron avergonzaría a un sociópata y lo llevarían a esconderse. Lejos de eso (la mejor defensa es el ataque) aún osan exigir del gobierno que preside Ximo Puig que se lleve a cabo lo que no se hizo en veinte años, que se salde una deuda abrumadora, que no se espere una financiación justa, que se abonen con intereses las multas que les puso Europa por mentir, que se recorte más y, de propina, que no se rechiste. De chiste.

Bajo ese chaparrón y a contrapoder, la nueva Generalitat lleva un año trabajando de luna a luna, tirando de ilusión, asumiendo que las cosas nunca fueron fáciles para los gobiernos de izquierdas, y menos ahora. Con algunos errores pero con no pocos aciertos, con toda la buena voluntad del mundo y contra todos esos pecados capitales de quienes no estuvieron ni están ni tenemos por qué creer que estarán con sus hechos a la altura de sus palabras.