Uno de los motivos que explicaban la permanencia inmutable de gobiernos del PP durante décadas a lo largo y ancho de la provincia fue la inexistencia de una oposición municipal real que mereciera esa denominación. Hasta el punto que los veinte años de mandato que protagonizó el Partido Popular en el Ayuntamiento de Alicante, desde 1995 hasta 2015, representaron un auténtico paseo militar en la medida en que, salvo honrosas excepciones, los diferentes gobiernos municipales, primero de Alperi y luego de Castedo, no tuvieron una oposición política capaz de articular una estrategia sostenida que trabajara por ofrecer un proyecto de ciudad alternativo al que se decidía a golpe de mayorías absolutas, con criterio para elaborar propuestas de intervención rigurosas, que fiscalizara con minuciosidad las decisiones adoptadas.

Muy al contrario, en algunos períodos, la oposición municipal protagonizó espectáculos lamentables de pasividad e indiferencia ante graves problemas que presentaba Alicante, cuando no actuó en abierta complicidad con el Gobierno del PP, apoyando incluso decisiones muy dolorosas que generaron un enorme daño político, social y ciudadano, algunos de cuyos efectos todavía perduran. Basta mencionar la palabra Rabasa para tener una auténtica enciclopedia de miserias políticas y morales cometidas por el grupo municipal socialista que entonces estaba en la oposición (salvo alguna honrosa excepción que debe destacarse, como la entonces concejala socialista Teresa de Nova, quien posteriormente abandonó el PSOE). Lo cierto es que para comprender el estado de la ciudad, tenemos también que analizar el papel, la pasividad y negligencia de una oposición municipal en Alicante que solo aspiraba a mantenerse como tal y conservar algunas actas de concejal para poder repartir entre las facciones que se hacían en ese momento con el poder, con la sempiterna bendición de Ángel Franco. Y es verdad que este retrato grueso exigiría matizaciones que la extensión de este artículo no permite.

La oposición en un Estado democrático tiene una de las funciones políticas más importantes, hasta el punto de contar con reconocimiento y respaldo legal para ejercer su trabajo de control y supervisión, así como recursos y medios para poder ofrecer una alternativa electoral solvente para sustituir a quien gobierna, algo que tiene, si cabe, mayor importancia en los gobiernos locales. Sin embargo, la situación de la oposición en el Ayuntamiento de Alicante no puede ser más desalentadora, hasta el punto de que son muchos quienes se preguntan dónde está la oposición.

El PP vivió desde el primer momento la marcha de su candidata a la Alcaldía, Asunción Sánchez Zaplana, que pasó a ocupar la candidatura del Senado, dejando una lista diseñada para gobernar pero no para hacer oposición. Con una dirección en funciones en el partido en Alicante desde enero, no han tenido una posición clara ni comprensible en muchos de los asuntos estratégicos que han ido surgiendo, como el cierre de los comercios en Maisonnave, donde no han dejado de dar bandazos. Parece que únicamente les importa ejercer el Gobierno que tienen en la Diputación, donde centran sus energías concejales como Carlos Castillo, mientras que en el Ayuntamiento se limitan a cumplir con el trámite de la asistencia a plenos y comisiones o difundir mensajes en redes sociales y notas de prensa al ritmo de las informaciones periodísticas.

El papel de Ciudadanos en la oposición municipal es tan residual que a veces cuesta comprender que obtuvieran los mismos concejales que PSOE y Guanyar. Comenzaron el mandato con un apoyo oscuro al alcalde Echávarri, mientras su portavoz, José Luis Cifuentes, no ha parado de repetir entrevista tras entrevista que no se ve en la oposición, hasta el punto de evaporarse tras haberlo interiorizado. Su lista municipal se hizo con retales de distintas procedencias, pero con una dudosa capacidad política para ejercer un trabajo de oposición municipal. La ausencia de liderazgo político efectivo de Cifuentes y los numerosos problemas subterráneos con el aparato del partido en Alicante han aumentado, todavía más, la pasividad de Ciudadanos en el Ayuntamiento, agravado por el hecho de que la dirección política local está en situación de interinidad a la espera de una dirección que no llega.

Y para colmo, dos tránsfugas de cada uno de los dos nuevos partidos que se presentaban con la promesa de regenerar la vida política, Nerea Belmonte desde Guanyar (procedente de Podemos) y Fernando Sepulcre, desde Ciudadanos, han pasado a formar un nuevo «grupo» de concejales no adscritos con capacidad para bloquear y condicionar la acción del gobierno municipal. Realmente es la única capacidad que ambos van a ejercer en el Ayuntamiento, a la luz de las cualidades políticas que han demostrado, aunque bueno sería que tanto Guanyar como Ciudadanos explicaran cómo fue posible que personas con su elasticidad moral fueran en unas listas que prometían una y otra vez regeneración.

De manera que, nuevamente, la oposición municipal en el Ayuntamiento de Alicante ni está ni se le espera durante estos cuatro años de mandato.

@carlosgomezgil